Nueva Novela Histórica

Santa Evita (1995) de Tomás Eloy Martínez

Análisis, partes en que se divide la obra, sus características y personajes principales. 
Andrea Sosa Araujo -  San Luis Agosto 2014




La novela “Santa Evita” cuenta con 16 capítulos a través de los cuales se divide la historia en unidades pequeñas que narran diferentes momentos. Todos los títulos de los capítulos del libro, pertenecen o se le atribuyen a Eva Perón. En cada uno de ellos, nos vamos acercando aún más, a la verdad; a la posibilidad de descifrar ese misterio que la volvió un mito. Ese transitar entre lo real y ficticio, ese anacronismo temporal, llevando la pesada carga de un cuerpo maldito. Vamos a poder observar y sentir, cómo a lo largo de la novela, el cadáver se vuelve sinónimo de maldiciones y desgracias, para quienes intentan ultrajar su memoria. Fiel al estilo de las historias egipcias de tumbas y momias, incluye un relato predictivo o de premoniciones; conjuros y prácticas de rituales místicos vinculados a las ciencias oscuras.

Lo dije desde un principio. Para empezar a leerla, hay que dejar de lado, todo tipo de prejuicio que uno pueda tener, sobre todos estos tema incluida la necrofilia y el mito de santidad de Evita. Al final, estoy prácticamente convencida, que el autor tenía todo fríamente calculado. Sabía, cuál sería el efecto de su novela en el lector. Nos estaba esperando en las primeras líneas de su narrativa literaria. El autor real, presente como uno de los personajes centrales por la función que cumple y por las modalidades de su presencia que nunca se antepone a la de los personajes hasta borrarlos, aunque por largos pasajes de la trama se convierta en el verdadero centro del relato. Por eso, la planificó, la elaboró de tal manera, que sabía, no nos iba a decepcionar. Santa Evita muestra la grandeza de un escritor, de un extraordinario periodista, que se volvió un autor clásico de la gran literatura latinoamericana. 

En lo personal, me devolvió esa libertad que andaba buscando. Lejos de tener el nivel periodístico del autor, me dio herramientas para resignificar mi profesión. Comprendí, lo que me quiso decir cuando me mostró el cadáver vulnerable y desnudo de Evita. Aquello que me permitió entender las contradicciones y desencuentros de mi país.La muerte es vida. El instinto de supervivencia del alma. La presencia eterna que dejamos reflejada en esa huella, a lo largo del camino de la vida. 


Desde el punto de vista del trabajo periodístico de investigación, el autor se plantea una hipótesis y trabaja sobre ella. Va detrás de todo tipo de documentos, testimonios y datos que puedan serle útiles para comenzar a reconstruir esa historia; para empezar a indagar y correr detrás de los indicios, evidencias y rastros que dejó en su camino el personaje principal de la novela: el cadáver embalsamado de Evita. El enfoque fenomenológico adoptado opera como un mecanismo de síntesis de un conjunto de postulaciones en torno al objeto significante (cadáver) y al elemento significado (santidad) entrañados en el mito. Para tener en cuenta, el mito incluye cincuenta por ciento de verdad y cincuenta por ciento de ficción, lo que le permitió desplegar un modo particular de administración de la materia narrativa, dando como resultado un texto en el que la ficción y el documento dan forma a la nueva novela histórica. 


Por lo tanto, la novela presenta los seis rasgos característicos de la Nueva Novela Histórica: subordinación, distorsión, ficcionalización, metaficción, intertextualidad y los conceptos bajtinianos (Mijaíl Bajtín un filósofo ruso del lenguaje), para hacernos cuestionar sobre varios aspectos de la historia de la vida de Eva Perón. Esto explica por qué, aun siendo una novela histórica, no sigue la organización que sugiere la historiografía. La novela se constituye en un instrumento interpretativo de una realidad histórica, del mito de Evita y su relación con el medio en que tiene lugar.


La subordinación es el debate dentro de la novela entre la ficción y lo histórico. Ya que no se puede saber explícitamente (por momentos) entre lo que es la verdad histórica y lo que no lo es. Lo más destacado, es que el autor, se toma el trabajo de explicarnos cuándo algún tramo es ficticio (más allá que para uno, eso que nos aclara que es ficticio siguiera siendo algo verdadero. Pero es ficción).


La intertextualidad es donde dentro de la misma historia podemos encontrar canciones, poemas, obras y películas de otros autores. Fue usada en la novela, para dar apoyo en muchas de las cosas que el autor nos contaba durante la obra. También fue usada para hacer comparaciones con obras y películas y para hacer descripciones usando poemas, porque era la forma en que el autor podía describir a Evita.


La ficcionalización está presente en todo el relato de manera sugestiva (más allá de exagerar algunas situaciones o personajes) planteada dentro de un anacronismo temporal que se da especialmente en aquellos trabajos de ficción que usan una base histórica, en este caso el rigor periodístico con el que nos introduce cada documento o testimonios recolectados en el proceso de su investigación. Esas distorsiones en el espacio – tiempo. En el texto literario, cuando el autor utiliza la anacronía, lo hace en función del empleo de la prolepsis o movimiento de prospección. Narra acontecimientos futuros, anticipaciones con respecto al presente de la historia, de modo que este puede conocer de antemano hechos que ocurrirán más tarde. Igualmente, la prospección puede darse de dos formas: el flashforward que corresponde a la proyección hacia el futuro de forma breve; y la premonición, un amplio salto en el futuro de la historia, para regresar a la narración inicial. A partir de la ficcionalización, de lo ficcional, el autor introduce personajes inventados que dentro de la propia historia toman la condición de verdaderos, que existen pero no son “reales”.

La metaficción también presente, es una forma de literatura o de narrativa autorreferencial, con la cual el autor se permite estar presente en la trama de esta historia; que en definitiva, es su historia; su verdad sobre la reconstrucción de los hechos. De esta manera, la modalidad metanarrativa será, por lo tanto, una historia más allá de la historia, que es capaz de abarcar otros totalizadores o trascendentes. Los metarrelatos son asumidos como discursos totalizantes y multiabarcadores, en los que se asume la comprensión de hechos de carácter científico, histórico, religioso y social de forma absolutista, pretendiendo dar respuesta y solución a toda contingencia.

Dentro de los conceptos bajtinianos están lo carnavalesco, el dialógico, la parodia y la heteroglosia. El carnavalesco exalta la carne; el dialógico es cuando dos fuerzas oponentes hablan de un mismo tema (el pueblo y el gobierno hablando de Evita en un diferente espacio y tiempo). La parodia es cuando hacen un comentario o narración burlesca de los personajes del texto y la heteroglosia es cuando hay más de dos de interpretaciones de los personajes.

Eva Perón, el coronel Moori Koenig y el narrador son los personajes  principales sobre los que recae el relato. A estos se suman diferentes interlocutores que van agregando datos y valores a la historia completándola y dándole relieves, acción y suspenso. Desconozco la razón, por la cual esta novela no incorpora un “prólogo”, pero toma a consideración una sección al final de los capítulos dedicada al “reconocimiento” de todos aquellos que colaboraron y le permitieron escribir esta historia. No será un prólogo, pero me pareció importante en la tapa del libro una frase de Gabriel García Márquez. “Aquí está, por fin, la novela que yo siempre quise leer”. La síntesis de un gran escritor a otro que resume lo fabulosa que resulta ser la novela. Puede ser por lo tanto, la síntesis de un buen prólogo.

La reconstrucción y armado de personajes, su presentación y todo lo que el autor va sumando a ellos, es muy interesante. Se observa  cómo, a partir de cada uno de ellos y todo tipo de pruebas y recursos documentales, enfrenta las distintas versiones o puntos de vista, que hay en un hecho determinado sobre aspectos de la vida de Evita.

Aldo Cifuentes cuyo seudónimo militar era “Pulgarcito”. Es un hombre que terminó forjando una gran amistad con el Coronel. Todos los documentos que tenía Moori Koenig, después de su muerte, se los dejó a este hombre.

Yolanda y su muñeca “pupé”,  la hija de José Nemesio Astorga, alias “el Chino” el dueño del Cine “El Rialto” donde fue a parar un tiempo el cuerpo de Evita detrás de la pantalla gigante.

El amigo Emilio Kaufman, periodista que lo contacta con Yolanda Astorga y a su vez le cuenta la historia de cuándo conoció a Evita siendo actriz y habla sobre un supuesto aborto que tuvo fruto de la relación con un hombre casado.

El peluquero y confidente de Evita, Julio Alcaraz  que nos relata la anécdota del famoso peinado con “rodete” tan característico y popular; y nos brinda el dato de que fue Perón quien le pidió que renunciara a sus aspiraciones en la fórmula presidencial, porque tenía cáncer y se estaba por morir. Participa de la reconstrucción del día en Eva sube al palco con Perón y todo el pueblo le pide que acepte.

Aparecen también  como personajes Rodolfo Walsh, la madre de Evita doña Juana Ibarguren, el embalsamador Dr. Pedro Ara Sarriá; Atilio Renzi un mayordomo de confianza que descubrió los escritos y memorias de Evita; los oficiales Milton Galarza, Eduardo “el loco” Arancibia (el que esconde el cadáver un tiempo en su casa y asesina a su mujer) y Gustavo Adolfo Fesquet que formaron parte del plan del Coronel para hacer desaparecer el cuerpo y las tres copias del cadáver; Margarita Heredia de Arancibia, la cuñada de “el loco” que vio el cadáver oculto en la casa de su hermana asesinada. También encontramos a Mario “Cariño” Pugliese quien trabajó con Agustín Magaldi Coviello, ambos artistas. Pugliese es quien asegura que Magaldi llevó por primera vez a una Evita de 15 años a Buenos Aires y dice que fue él quien le consiguió su primer trabajo en la radio.

Encontramos los personajes del coronel Tulio Ricardo Corominas (en realidad era Héctor A. Cabanillas) el nuevo jefe del Servicio de Inteligencia que armó todo un plan de traslado del cuerpo de Evita. Veremos a Galarza bajo el nombre de Giorgio de Magistris llevaría el verdadero cuerpo a Génova bajo el nombre de María Maggi y a Fesquet bajo el nombre de Enno Kóppen que llevaría una de las copias hacia Hamburgo y le haría creer al Coronel q era la verdadera. Sería después el oficial Jorge Rojas Silveyra el encargado de entregar a Perón el verdadero cuerpo de en España.

“SANTA EVITA”


Capítulo 1. MI VIDA ES DE USTEDES
Habla del delicado estado de salud de Eva y su certeza de que iba a morir. El autor ante ese cuadro con olor a muerte, nos empieza a relatar los detalles de su llegada a Buenos Aires en 1935 con una mano atrás y otra adelante. Por un lado contemplamos la Evita agonizante y por el otro lado repasamos su historia y la manera en que se convierte en una crisálida de belleza y posteriormente, en un mito. Diría el autor: “se fue volviendo hermosa con la pasión, con la memoria y con la muerte”. Los tres estados de la vida de Evita para el autor presentes y que marcan esta novela: la pasión política y social; la memoria de sus acciones y enseñanzas; y cómo sobrevivió a la propia muerte que hoy es un mito. Nos describe hasta la apariencia física, cada detalle de Eva antes y después de su casamiento con Perón; como así también de su personalidad, modales y costumbres; que los toma de los testimonios de personas que la conocieron incluso en sus épocas de actriz. Ya es notoria la admiración del autor que hasta la designa como una reina. Pasó de ordinaria a Reina.



Describe también charlas de Evita con sus ministros, enfermeras y personas del círculo íntimo como su hermano Juan Duarte, ya en sus días de enfermedad que la iban consumiendo y los rezos que siempre fueron una constante en su lecho de enferma y posteriormente de muerta. La manera en que el autor utiliza los distintos recursos literarios, le dan a la narrativa una belleza exquisita. El autor nos lleva por situaciones, charlas que no sabemos bien de dónde le llegan, incluso una charla íntima con lujo de detalles y palabras que mantiene con su marido a quien llama “Juan” y él cariñosamente “chinita”. También en sus charlas está presente el tema de la muerte. Evita le reclama que no se olvide de sus “grasitas” que eran los únicos que le iban a ser fieles cuando ella ya no se encuentre en este plano terrenal.
El autor nos vuelve a presentar palabras de Evita que mirando por la ventana, descubre a personas que ayudó; nos presenta a estas personas con nombre y apellido y hasta lo que Eva les concedió o los pedidos que le acercaron. Son testimonios que no podemos determinar, por el grado de exactitud, de qué manera el autor los obtuvo realmente. Es en este capítulo nos presenta a uno de los personajes que será clave en esta historia, el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig que dictaba en la Escuela de Inteligencia del ejército clases sobre la naturaleza del secreto y el uso del rumor. Era un especialista en contraespionaje, infiltración, criptogramas y teorías del rumor. En el momento en que le avisan que Eva había muerto, habría dicho: “Gracias a Dios que todo ha terminado”. Cuenta la historia que en los últimos dos años, el Coronel había espiado a Evita por orden de un general de Inteligencia que invocaba, a su vez, órdenes de Perón. Su deber consistía en elevar partes diarios sobre las hemorragias vaginales que la atormentaban, de las que el presidente debía estar mejor enterado que nadie. Pero así eran las cosas en aquella época: todos desconfiaban de todos.
El autor también nos brinda detalles de los reportes del Coronel a Perón y en ellos de una manera que roza el mal gusto, describe situaciones íntimas de una enfermedad, que al leerlas, genera algo de rechazo. Una sensación que roza con lo vulgar y las miserias.

Quiero agregar una mención aparte sobre Rodolfo Walsh quien nos da más precisiones sobre la imagen y personalidad de Carlos Eugenio de Moori Koenig en una nota que escribió entre 1961 y 1964 “Esa mujer”, sobre su charla con quien fuera jefe de los Servicios de Información de los gobiernos de facto de Eduardo Lonardi y Eugenio Aramburu y, encargado de sacar el cuerpo de Eva del edificio de la CGT en 1955. Más allá que se dice de este personaje que era alcohólico, fetichista y amante de lo necrófilo cuyo cuerpo de Evita fue objeto de sus deseos más oscuros; Walsh cuenta que era un hombre corpulento, canoso, de manos gordas y velludas, de cara ancha y tostada; con veinte años de servicio de informaciones, que estudió filosofía y letras y curioso del arte. El coronel le cuenta que vio el cadáver, estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. Un hombre casado con hijos. Walsh investigaba el destino del cadáver, aunque no muestra el grado de devoción que observamos con Martínez. Relata Walsh que el Coronel acusa al gallego Pedro Ara Sarriá de ser el qué tenía actitudes y manejos morbosos y necrófilos con el cadáver. Más adelante conoceremos al anatomista español que había perfeccionado la técnica de la parafinización que utilizo para embalsamar el cadáver. Ara escribirá después el libro: “El caso Eva Perón”. Son relatos muy escabrosos, pero tal vez fue la única manera de contarlos.

De vuelta a la novela, el autor cuenta que su cuerpo fue velado durante doce días y que medio millón de personas besó el ataúd. Algunos trataban de suicidarse a los pies del cadáver. 










Fueron más de dieciocho mil coronas de flores. Nos brinda detalles de lo que fue ese funeral de Estado. Cuentan que para satisfacer la súplica de que no la olvidaran, Perón ordenó embalsamar el cuerpo. El trabajo fue encomendado a Pedro Ara y que en el segundo piso de la CGT se construyó un laboratorio con rigurosas precauciones de seguridad. Después llegó la caída de Perón. El Coronel mantiene su lugar en las fuerzas y la preocupación ahora pasaba por “los despojos de esa mujer”. Le dan la tarea de corroborar dónde estaba el cuerpo y si pertenecía a esa mujer. Habían pasado tres años. Hablan sobre el embalsamador gallego al que le habrían pagado 100 mil dólares y el italiano que tenía la tarea de hacer las copias de cera; por eso querían develar cuál era el cadáver. Se sabía que el cadáver estaría en la CGT y le dan la orden de que la haga desaparecer. Apoderarse de la mujer era fácil. Lo difícil era encontrarle un destino.



El Coronel decide juntarse con el embalsamador, quería tratar de deducir la mejor forma de librarse del cadáver. El autor nos cuenta la dedicación del gallego en el cuidado del cuerpo embalsamado, todo un ritual. En las memorias póstumas del doctor Pedro Ara da a entender que ya le había echado el ojo a Evita antes de que muriera, en octubre de 1949. Nos describe al doctor, que era calvo, académico de número y profesor distinguido. En junio de 1952, siete semanas antes de que Evita muriera, Perón le encomendó la tarea. Los detalles de cuando Ara va a ver a Evita, agonizante, son extremadamente terribles; porque esa mujer no sabía que ese hombre estaba ahí para embalsamarla a pedido de su marido. Ara exigió que suspendieran los rayos y ofreció una mezcla de aceites balsámicos con la que se debía untar el cuerpo.
El 26 de julio de 1952, al caer la noche, un emisario de la presidencia pasó a buscarlo porque Evita había entrado ya en una agonía sin remedio. Le confiaron el cuerpo a las nueve de la noche, Evita había muerto a las ocho y veinticinco. Aún se mantenía caliente y flexible, y advirtió que, si no actuaba de inmediato, la muerte lo vencería. El autor nos cuenta todo lo que hizo Ara en ese momento en que comenzaba el proceso de embalsamamiento. Ahora después de tres años se reunía con el Coronel, quien lo presiona con acusaciones atroces y espantosas de su trato con el cuerpo a quien manoseaba, para que le diga si era realmente el cuerpo. El Coronel pretende llevársela pero Ara que tenía la custodia del cuerpo por parte de la madrea de Eva, doña Juana Ibarguren, le dijo que aún no estaba lista.


Capítulo 2. SERÉ MILLONES
En este capítulo el autor nos vuelve a sumergir en la historia. En aquellos últimos momentos de Evita que coinciden cuando Perón, asumía su segundo mandato a la presidencia. De todos lados llegaron, pero para verla a ella. Cuanta todo lo que sufrió ese día, con tal de acompañar a su esposo, parada, de pie junto al pueblo. Vuelven los tormentos de su enfermedad, pero con los comentarios que despertó en el pueblo su presencia esa jornada. Charlas con Perón, con su madre, todas con lujo de detalles. El autor da por sentado, que Evita en ese momento de su vida sabía, mejor que nadie, lo que era la felicidad y que tenía conciencia de lo que podía haber sido y de lo que era. El autor se muestra como un gran conocedor del pensamiento de Evita. 



Relata que Evita le pide a la madre que le busque y lea dos cartas. Eran una de ella a Perón y otra de él a ella escrita a máquina. No sabemos si son documentos existentes. Ambas mujeres debaten sobre el amor verdadero. Pero sin embargo, a pesar de todo lo que sufrió en su vida, se dice feliz. La madre, ya enferma de asma, fue quien pasó mucho tiempo a su lado cuidándola y el autor nos relata cada uno de esos momentos. Cuenta que como había micrófonos por todos lados, a veces, para hablar con sus hijas, se escribían notitas en papel. Después de la muerte de Eva ya ni siquiera se animaba a visitar al yerno, quien tampoco la invitaba. El único lazo con el poder que le quedaba era Juancito, pero una amante despechada lo acusó de raterías y  abatido por la vergüenza, terminó suicidándose. En menos de nueve meses la familia de Evita se había deshecho en esta intemperie maldita. Le había prometido a Evita lavar su cuerpo y enterrarlo, pero no la dejaron. El autor vuelve a meternos en aquellos momentos de rebelión contra Perón y de aquellos que dicen, lo traicionaron. La madre de Evita quería que el gallego le devolviera el cuerpo de su hija. Ara le cuenta que había ido a ver a Perón para pedirle instrucciones, sobre qué hacer con el cuerpo, cuando todo se volviera un caos. Pero no obtuvo respuesta y le dijo a doña Juana, que al parecer, Perón se marchaba y sólo quedaban ahora ellos dos. Ahí le otorga un poder para conservar a Evita con fecha del 18 de septiembre de 1955. El autor nos da detalles de todo esto. Y al parecer nunca recibió los objetos de Evita, su alianza, un broche importante y un rosario que le había regalado el Santo Padre.  Vemos, de ser así, que hasta el propio Perón, abandonó a Evita en el peor de los momentos. Martínez cuenta las peripecias que debió sortear esa madre, al punto de ver al gallego manipular el cuerpo desnudo de su “cholita”. Intenta llevarse a su hija, pero Ara le contesta lo mismo que al Coronel, todavía no es el momento. Diálogos intensos, imperdibles que refleja el dolor de una madre. Ahí el gallego le muestra tres réplicas exactas en cera y vinil (e incluso una con fibra de vidrio) del cuerpo de su hija, y le cuenta que cuando el gobierno de su yerno empezó a desbarrancarse, pidió esas copias, por precaución. Para saber cuál de todas era la verdadera, había que exponerlas a los rayos X. A la genuina se le notan las vísceras. Muerta ahora puede ser infinita. Al final de la historia, no sabemos con claridad el destino de esas tres copias del cadáver.


Este es el capítulo en que el autor reconoce, que de esta novela poblada por personajes reales, los únicos a los que NO conoció fueron Evita y el Coronel. A Evita la vio sólo de lejos, en Tucumán; del coronel Moori Koenig encontró unos pocos rastros. Pero algo abordamos anteriormente, sobre esa charla que mantuvo Walsh con el Coronel. El autor dice que pudo dar con su viuda y su hija mayor. El autor les menciona esa charla de Walsh con su difunto marido. La nota que hago referencia anteriormente titulada “Esa Mujer”. El autor trata de confirmar esa historia. Las mujeres cuentan, que el Coronel, había grabado esa conversación con Walsh en dos cintas guardadas en un sobre transparente de plástico y las tenían guardadas en un aparador. Las mujeres cuentan todo lo que tuvieron que padecer y hablan sobre el tiempo que el cadáver estuvo en una ambulancia en su casa y que un día el Coronel quiso entrarlo a la vivienda, pero su mujer se opuso (es un episodio que marca el desenlace de la novela más adelante). Ahí fue cuando supuestamente lo terminó enterrando. La hija trajo una fotografía del Coronel tomada en 1955 y el autor lo describe: los labios eran una tenue línea dibujada con lápiz, los pómulos estaban surcados por venitas oscuras, la calvicie hacía estragos en la frente vasta, sebosa, inclinada hacia atrás en un ángulo brusco. Las mujeres cuentan que lo abandonaron y que toda la desgracia que les cayó encima, fue por culpa de Evita. Toda la gente que anduvo con el cadáver acabó mal. Vemos similitudes con historias como la maldición de Tutankamón. Cuando el autor le dice, que él no cree en esas cosas, la viuda le contesta a modo de premonición: debería tener cuidado, apenas empiece a contarla, usted tampoco tendrá salvación”.

Capítulo 3. CONTAR UNA HISTORIA
El capítulo inicia haciendo mención a los “intentos” de una “canonización” de Evita. ¿Será por eso que se diseminó aún más esa condición de “santa”, a la que apela también el autor? Hay muchos datos en la historia que cuentan sobre estas cuestiones, que no voy a mencionar, pero dejaré algunos links para consultar que dan cuenta que nunca se llevó a cabo el acto canónico en sí de la proclamación a los altares. Pero volvamos a la novela.
El autor, por la manera en que nos presenta los hechos, nos da cuenta de su trabajo de investigación. Vuelve a marcar el trabajo de Walsh y esas pistas que llevan a pensar en una suerte de historia al igual que la de Tutankamón. Sabemos de la admiración del escritor a Walsh. Tomás Eloy Martínez nos muestra la manera que iba y venía sobre los indicios que tenía. Los repasaba, los analizaba. Cuenta que en noviembre de 1974, su cuerpo fue retirado de la tumba en Madrid para llevarlo a Buenos Aires y detalla el infortunio de los que trasladaban ese féretro que no sufrió daño alguno, pese a la muerte de aquellos hombres. Indagando descubrió que algo parecido a lo anterior había ocurrido también en octubre de 1976, cuando el cadáver fue trasladado desde la residencia presidencial de Olivos al cementerio de la Recoleta. Creer o reventar, dice el dicho popular. 

El autor escribe sobre las “almas”. Se despacha con unas teorías sobrenaturales, tal vez queriendo justificar el por qué tenía que escribir sobre la difunta. Entre otros conceptos, expresa que las almas detestan ser desplazadas de un lugar a otro y aspiran a que alguien las escriba. Cuenta entonces aquello que lo llevó a escribir sobre Evita (tanto aquello que lo perturbaba, como aquello que le provocaba fascinación) a quien no conocía. Le llevó trabajo y tiempo escribir sobre esa mujer: “Desde que intenté narrar a Evita advertí que, si me acercaba a Ella, me alejaba de mí. Sabía lo que deseaba contar y cuál iba a ser la estructura de mi narración. Pero apenas daba vuelta a la página, Evita se me perdía de vista, y yo me quedaba asiendo el aire. O si la tenía conmigo, en mí, mis pensamientos se retiraban y me dejaban vacío. A veces no sabía si Ella estaba viva o muerta, si su belleza navegaba hacia adelante o hacia atrás”. Es una de las descripciones más interesantes que leí. Por momentos siente que fracasa en el intento. Después vuelve a retomar la historia. Recuerda que anduvo tras las sobras de su sombra, buscando el cadáver de la difunta y que incluso esa obra se iba a llamar “La Perdida” y terminó siendo “Santa Evita”. El autor cuenta cómo le llegó la inspiración: “A mediados de 1989 yacía en una cama penitencial de Buenos Aires, purgando la calamidad de una novela que me nació muerta, cuando sonó el teléfono y alguien me habló de Evita. Nunca había oído antes aquella voz y no deseaba seguir oyéndola. Sin el letargo de la depresión quizás habría cortado. Pero la voz, insistente, me hizo levantar de la cama y me internó en una aventura sin la que no existiría. Pasaron algunas noches y soñé con Ella. Era una enorme mariposa suspendida en la eternidad de un cielo sin viento”. Cuenta que se le escurrían las tramas, las fijezas de los puntos de vista, las leyes del espacio y de los tiempos. Los personajes conversaban con su voz y otras con voz ajena: “sólo para explicarme que lo histórico no es siempre histórico, que la verdad nunca es como parece. Tardé meses y meses en amansar el caos. Algunos personajes se resistieron. Entraban en escena durante pocas páginas y luego se retiraban del libro para siempre: sucedía en el texto lo mismo que en la vida”. Alguna vez escuché, que la inspiración de un escritor, llega de la mano del caos interior. Creo que él sentía eso. En un fragmento, trata de explicarse de dónde viene la frase “Volveré y seré millones” que se le adjudica a Evita. Dice que nunca existió, pero es verdadera.
Arrancábamos este capítulo haciendo alusión a una supuesta canonización de Eva, que con el tiempo, cuenta el autor, fue convirtiéndose en un dogma de fe. Dice que entre mayo de 1952 y julio de 1954, el Vaticano recibió casi cuarenta mil cartas de laicos atribuyendo a Evita varios milagros y exigiendo que el Papa la canonizara. La respuesta oficial: “los procesos son largos, centenarios”.


Nos cuenta cómo influyó el “estilo Evita” en las mujeres y da cuenta con detalle de cuántas casas entregó, cuántos paquetes con ayuda en alimentos y medicamentos, cuántas bicicletas y cuántos juguetes. Afiló el lápiz el autor. Incluso sacó cuentas de cuántos veces fue madrina de un casamiento; las cartas que recibió y las historias más anecdóticas escritas en ellas, como el caso de Evelina. Pero volvemos sobre aquellos indicios que le daban su cáncer de matriz y esos momentos de tanto trabajo social. Uno toma nota de la diversidad de calificativos por los cuales Evita llamaba a sus grasitas; pero también aquellos que le propinaban a ella los de la oposición: “copera” o “mina barata” entre los más sutiles. Dice que cuando la radio dio la noticia de que la gravedad de Evita era extrema, los políticos de la oposición destaparon botellas de champagne. A pesar de todo lo que se le quiera endilgar a Evita,  antes de partir recibe la extremaunción de manos del padre Benítez, un Jesuita, el mismo que los había casado. No me parece un dato menor, en virtud de todas las cosas que se dijeron de ella y su enfermedad. Te puede gustar o no una persona, pero meterse con el tema de una enfermedad tan delicada, no es humano; es de alguien totalmente desalmado.

Capítulo 4. RENUNCIO A LOS HONORES, NO A LA LUCHA
En este capítulo el autor vuelve a relatarnos esos momentos en que Evita transitaba por una transformación en su apariencia física y personal. Y cuenta la anécdota del famoso peinado con “rodete” tan característico y popular; que nació por obra de la casualidad y del apuro. Uno de los capítulos más lindos de la novela. El autor se remonta a marzo de 1958, a su encuentro con el peluquero de Evita, Julio Alcaraz, quien decía ser además su confidente.


En este punto vuelvo a detenerme por un instante y repasar la investigación que hizo el periodista Nelson Castro en su libro “Los últimos días de Eva, historia de un engaño” en el cual aporta documentación y relatos de médicos y enfermeras, en una suerte de reconstrucción de su enfermedad. Según Casto a Evita “la engañaron con su cáncer”. Reproduce un resumen de la historia clínica, cuyo original fue eliminado por la Revolución Libertadora; informes desclasificados de la CIA, que revelan que Estados Unidos siguió de cerca la enfermedad de la "abanderada de los humildes" y supo lo que ella nunca se enteró: que fue operada por un cirujano de ese país. Habla sobre un manejo político de la enfermedad y menciona tramos de esta novela. Por eso me pareció oportuno mencionarlo. Castro dice que a Evita le dijeron que tenía una úlcera en el cuello del útero y que nadie quería decirle que tenía cáncer. Sostiene que si se hubiera operado, tal vez hubiera tenido mayor suerte de sobrevida. Ahí hace mención a las declaraciones del peluquero de Evita que tiene con Tomás Eloy Martínez.
Julio Alcaraz, dice que fue Perón quien le dijo a su esposa que tenía cáncer. Para Castro cuesta creer que Perón haya sido tan duro y que Evita haya aguantado un año esa farsa. Una cosa es que ella se haya dado cuenta de lo que tenía, al percibir que la cosa iba mal, y otra que se lo hayan dicho. Evita se entera poco antes de morir. Dicen que la primera mujer de Perón había fallecido de cáncer de cuello de útero y hoy se sabe que su causa más frecuente es el virus del papiloma humano, que se contagia por vía sexual y lo porta el hombre. En aquel momento esto no se conocía.

Volviendo a la novela, el autor nos brinda detalles de su charla con Alcaraz, el día que lo fue a visitar a su peluquería. La había conocido en 1940 cerca de Mar del Plata cuando Evita estaba filmando una película. Ella le dijo “péineme así, Julito, como Bette Davis”. Decidió ayudarla y así se juntaron sus caminos. Asegura que: “Evita fue un producto mío. Yo la hice”. Diez años después, Perón diría lo mismo. El peluquero le mostró al autor un relicario transparente dentro del cual había hebras de pelo Rubio, las que le cortó al peinarla por última vez, cuando ya estaba muerta. Dice que fue su confidente, desde aquel momento en que Perón la visitaba en los estudios de grabación y se encerraba en su camarín.



Tomás Eloy Martínez describe la desgracia del lenguaje escrito: “puede resucitar los sentimientos, el tiempo perdido, los azares que enlazan un hecho con otro, pero no puede resucitar la realidad”; en esa búsqueda de revivir al mito; y agrega: “… la realidad no resucita: nace de otro modo, se transfigura, se reinventa a sí misma en las novelas. No sabía que la sintaxis o los tonos de los personajes regresan con otro aire y que, al pasar por los tamices del lenguaje escrito, se vuelven otra cosa”.  De esta manera el autor nos muestra los rasgos característicos de la Nueva Novela Histórica. La invención de la realidad. Una realidad que resucita. Vienen entonces las anécdotas y vivencias del peluquero con Evita, las intimidades de una relación con Perón que no se sabía, si terminaría en casamiento. Terminaba octubre y Perón se casó con Ella en el departamento de la calle Posadas donde vivían, y dos meses después santificaron la unión en una iglesia de La Plata. Muy divertidas y distendidas las frases de Evita en sus charlas con el peluquero. Alcaraz es el primero que empieza a sospechar que Evita no estaba bien de salud y se lo cuenta a Perón. Incluso que él sospechaba que tenía cáncer.

En lo personal, a veces pienso, ¿qué diría Evita al ver plasmada su imagen en los billetes de 100 pesos argentinos? El autor y el peluquero nos ilustran aquellos días en que la gente del interior del país llegaba a la gran ciudad para asistir al lanzamiento de la candidatura de Perón y Evita. Un acto multitudinario, al que el peluquero inevitablemente va a tener que asistir porque lo llamaron para que fuera a peinar a Evita. Ella le confiesa que la política “es una mierda”. Una frase que me llamó la atención y que tiene mucho de actualidad, es cuando Perón le dice que “no hay que mezclar nunca el gobierno con la familia”. Fue en respuesta a la insistencia de Evita, a que fuera el propio marido quien anunciara que Ella sería su compañera de fórmula. Toda una contradicción; porque años más tarde sería su nueva mujer “Isabelita” la que tendría un lugar en la fórmula presidencial y por esas cosas del destino, ocuparía la presidencia, siendo la primera mujer en el país en ostentar tan honorífico cargo.

El autor vuelve a reiterarnos aquello de que “todo relato es, por definición, infiel. La realidad, como ya dije, no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo”. Más allá de lo que pudo indagar, el exquisito condimento del escritor se hace notar; aunque a esta altura de la historia, como lectora, ya no me interesa cuánto hay de realidad o ficción. La historia ya me atrapó por completo, despierta mi curiosidad y mi espíritu crítico.

Cuenta el autor que entre 1972 y 1973, después que su cuerpo fue rescatado de un sepulcro anónimo en Milán y devuelto al viudo, escribió un guión de cine que pretendía reconstruir la historia de la candidatura frustrada con fragmentos de noticieros y procesiones de fotografías: “quise que el relato tuviera una trama y, a la vez, un tejido de símbolos, pero no era capaz de discernir cuánta verdad había en él”. Vuelve entonces a las historias del peluquero, buscando que corrobore su propia historia, la del autor obsesionado con la figura de Evita.

Impresionante y emocionante descripción de aquel feriado histórico (con mención a imágenes televisivas de aquella época de NODO y Sucesos Argentinos), cuando la gente proclamaba la presencia de Eva opacando la figura de Perón. Destaca el autor el último párrafo en el discurso de Evita y una frase que quedará en la historia: “Compañeros. Entiéndanme. Yo no renuncio a mi puesto de lucha. Renuncio a los honores”. Eva no puede responder al pedido del pueblo que quería que Ella aceptara la vicepresidencia. Lo que no podía decirles, que era Perón, quien no quería que fuera su compañera de fórmula. Cuenta el peluquero, que en un momento, en el palco, se vuelve hacia Perón que la abraza y le pide que le diga a la gente que se vaya. Fea actitud la Perón. Pero Evita se vuelve a la gente y les dice: “El pueblo es soberano. Yo acepto...”, y todos se confunden; pero después pide dos horas para decidir y termina diciendo: “Compañeros: como dijo el general Perón, yo haré lo que diga el pueblo…”. Vuelvo a insistir, la actitud de Perón es lamentable, permitir que se generara tanta confusión en las palabras que se decían y en la ansiedad creciente de la gente que la quería en la fórmula presidencia. Evita también aspiraba a ese lugar, pero tuvo que dar marcha atrás con sus deseos, porque fue Perón quien le dijo que no podía aceptar ese cargo porque tenía cáncer y se iba a morir. Ella no aceptó.



En la confusión por las palabras de Evita, que aceptaba y a la vez no; el autor remarca la sintaxis: Es rarísima. Perón me dijo que haga lo que dice el pueblo, pero lo que el pueblo me dice que haga no es lo que Perón me dijo”. El peluquero, ubicado en un lugar privilegiado en la Residencia, cuenta con lujo de detalles, el momento en que Perón le decía que tenía que rechazar la candidatura y ella no quería: “Vos no me quisiste proclamar, ¿no es cierto? Ahora, jodéte. Me proclamaron mis grasitas”. La charla lleva su tiempo y el tenor de las exclamaciones suben la temperatura. Ahí se produce la terrible confirmación: “Estás muriéndote de cáncer y eso no tiene remedio”. Evita estalla en llanto.


Todo esto me generó una gran incógnita: ¿creía Perón que Ella estaba interfiriendo en su vida política? Y de ser así, ¿le venía como anillo al dedo, el padecimiento de su mujer? Por esas cosas que tiene el destinó Perón terminó manipulado por Isabelita, quien tiempo después daría inicio a la peor etapa de la historia argentina. Nunca podremos saber, si Evita tuvo posibilidades concretas de superar y vencer al cáncer. Como tampoco podremos saber, cuál hubiera sido el destino del país, si ella hubiera alcanzado la vicepresidencia. Pregunta que no encuentran respuesta.

Capítulo 5. ME RESIGNÉ A SER VÍCTIMA
En este capítulo el autor retoma la historia del Coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, quien un día a solas con el embalsamador en el santuario, había visto por fin el cuerpo en el prisma de cristal.
El Coronel anota en uno de sus cuadernos todo lo que tiene que hacer (con quién hablar, dónde buscar y qué hacer si encuentra a la original y dónde guardarla) para cumplir la tarea de recuperar el verdadero cadáver. Ubica a doña Juana que a esa altura, pretende dejar el país. Aparece en escena Atilio Renzi, un mayordomo calvo que había servido a Evita con devoción hasta la víspera de su muerte. Renzi llega a la casa de Juana a dejarle unas carpetas. Le entrega unos escritos de su hija que pudo rescatar de la residencia. El autor se junta con Renzi catorce años después.



Atilio dice que muerta Eva, Perón se ausentaba demasiado de la residencia y el edifico empezó a derrumbarse. Perón odiaba la casa y la casa lo odiaba a él. No hubo tregua en ese odio hasta que lo derrocaron y él decidió fugarse. Renzi pasó la última noche en la habitación de Evita y detalla todas las cosas que habían quedado de ella, como su perfume de Chanel número cinco. Pero lo más revelador fue que en el secreter de Evita descubrió una carpeta con medio centenar de hojas manuscritas que parecían corresponder al libro que escribió durante su enfermedad y que se titulaba “Mi mensaje”. Una segunda carpeta reproducía el mismo texto, esta vez dactilografiado, aunque con omisiones y cambios notables. En el fondo del escondite se apilaban unos cuadernos escolares fechados en los años 1939 y 1940 con numerosas faltas de ortografía. El destino quiso que Renzi encontrara esos escritos y que acertadamente se los llevara a su madre.


Una mención aparte, es que, a pesar del último deseo de Eva, el libro nunca fue publicado y recién apareció en 1987 en el diario La Nación. Solo un fragmento de sus escritos fue leído durante un acto en Plaza de Mayo dos meses y medio después de su muerte. Encontramos también otro libro de autobiografía de Evita, “La razón de mi vida”, que empieza a gestarse por medio de la pluma de Manuel Penella Da Silva. Son los dos escritos, en los que se reconoce el testimonio de Evita. En “Mi mensaje” (79 páginas) puede sentirse la pasión, el fanatismo, el odio a las jerarquías, militares y oligarquía. A “Mi mensaje” lo escribe en momentos en que le va llegando la muerte. Una muerte generosa, que le concedió tiempo para expresarse. También dejó sus pensamientos y palabras en sus clases en la Escuela Superior Peronista y sus discursos.



El autor cuenta que el lenguaje escrito de Eva aparece por primera vez sin ningún encubrimiento. Hasta el modo de ver a Perón es otro. Eva se sitúa por primera vez en un plano superior: ella es la que cuida de Perón y del pueblo, ella es la que desenmascara a los enemigo. Hay una declaración incesante de rebeldía, de sublevación contra la injusticia. Y en ese campo, el pueblo aparece como valor supremo, por encima de Perón. En “Mi mensaje” no hay lugar para la representación, para el simulacro, para la confusión de papeles. Eva es ella misma, sin mediadores.



Después de este descubrimiento, la novela vuelve a aquel encuentro pautado entre el Coronel y Doña Juana. El encuentro es en casa de Juana. Lo primero que le pide la mujer al Coronel son los pasaportes. Pero el Coronel, no los lleva, solo necesitaba los papeles y autorización para custodiar el cuerpo. Al final la madre le concede la custodia del cuerpo que hasta ese momento estaba en poder de Ara. Todo, por un par de pasaportes para salir del país. Hablan sobre el cuerpo de Eva. El Coronel ya lo tenía identificado y hacen mención a las tres copias de ceras.
El Coronel va en busca del cuerpo al edificio de la CGT. Se encuentra con Ara que le niega que existieran tres copias, pero no eran de él, pertenecían al escultor italiano que trabajaba en el prodigioso monumento a Evita que decían se parecería al Mausoleo de Napoleón. El Coronel echó al gallego y clausura el segundo piso. Después el relato sobre la inspección que hace sobre el cuerpo de Evita, buscando dejarle una marca para saber que ese era el cuerpo original y que solo él la reconocería; es por momentos morboso y macabro. Tal vez, porque una es mujer, y como lectora, siente que ese trato que describe el autor se siente más a una violación, que al solo interés de dejarle una marca para su identificación.
Le deja, al final, una marca detrás de una de sus orejas. La serie de adjetivos despectivos hacia Evita, que el Coronel tenía anotado en su cuaderno nos dan la pauta del odio que sentía hacia aquella mujer. Algunos irreproducibles. Aunque después se volvió, pasión, obsesión y perdición. En su cuaderno registró además todo sobre la verdadera vida de Evita y sus orígenes. La historia de sus padres, su nacimiento, su infancia, sus primeros pasos como artista, el momento en que conoce a Perón. Todo detallado por el autor. Con este tipo de recursos podemos reconstruir la historia de Evita desde la mirada de los distintos personajes que siempre tienen algo para contar sobre ella. 



El Coronel apunta que Evita se lo levantó a Perón y le propuso que durmieran juntos esa misma noche. Da detalles de los bienes de Evita y supuestas cuentas en Suiza. Me detengo un instante en estos datos, que son los que en su momento, al arrancar este informe llamaron mi atención. Siendo la defensora de los humildes, poseía una gran fortuna: “1.200 plaquetas de oro y plata, 756 objetos de platería y orfebrería, 650 alhajas, 144 piezas de marfil, collares y broches de platino, diamantes y piedras preciosas valuados en 19 millones de pesos, además de bienes inmuebles y acciones de establecimientos agrarios en común con el dictador prófugo, su marido”. La investigación del Coronel incluye datos sobre Perón después de la muerte de Eva y que aseguran había incurrido en toda clase de lascivias, estupros, sodomías y obscenidades. Para el Coronel estos temas eran de máxima importancia para un Servicio de Inteligencia. Hasta el mapa del erotismo es el mapa del poder, decía. Cuenta que la difunta se vio impedida de cumplir con sus deberes conyugales íntimos desde fines de 1949, cuando comenzó a experimentar fuertes dolores en las caderas, fiebres y hemorragias intempestivas e hinchazón en los tobillos; por lo cual se preguntaban si Perón le fue infiel esos últimos años hasta su muerte.



La paradójico de todo esto, es que el último deseo de Evita que le confió a su madre fue: que ningún hombre tocara su cuerpo indefenso y desnudo, que ningún hombre hablara de su cuerpo, que nadie en el mundo viera la eternidad de su delgadez y de su decadencia. No respetaron sus deseos. Y el primero en no cumplir ese pedido fue Perón que decidió embalsamarla y la exhibió descaradamente a las masas durante dos semanas. A medida que transcurre la novela, siento más rechazo por Perón como hombre y como político, por la manera en que trató a esa mujer.
Volviendo al Coronel, solo le faltaba encontrar el sitio donde ocultaría el cadáver verdadero, elegir la tropa que iba a secundarlo, fijar la hora del traslado. Después, tendría que decidir el destino de las copias y borrar todas las huellas.

Capítulo 6. EL ENEMIGO ACECHA
En este capítulo, el autor nos relata una situación que se da en casa del Coronel y su mujer. Alguien estaba investigando a su familia, preguntaban por “una mujer” y la esposa del Coronel quería saber de quién se trataba y en qué andaba su marido. Recordemos que anteriormente el autor, nos contó sobre el encuentro que tuvo con la esposa del Coronel (ya viuda), y la maldición que cayó sobre ellos por culpa de “Evita”. Ya sabemos que el Coronel no tuvo mejor idea que llevar el cuerpo de Evita a la puerta de su casa (el autor más adelante nos cuenta esta anécdota allá en la Embajada de Bronn, Alemania). De manera insistente, el autor vuelve a pedirnos prudencia al leer su reconstrucción. Vuelve a reiterarnos que las fuentes sobre las que se basa esta novela son de confianza dudosa, pero sólo en el sentido en que también lo son la realidad y el lenguaje: “se han infiltrado en ellas deslices de la memoria y verdades impuras”. Un autor honesto. Como buen periodista, en un punto nos refiere al tema de las fuentes siempre son un dolor de cabeza: “no se bastan a sí mismas. Si una fuente dudosa quiere tener derecho a la letra de molde, debe ser confirmada por otra y ésta a su vez por una tercera. La cadena es a menudo infinita, a menudo inútil, porque la suma de fuentes puede también ser un engaño”. Nos da algunos ejemplos sobre esto al referirnos a la documentación con la que cuenta, como el acta de casamiento de Perón y Evita. De hecho, lo inquieta saber, si a esta altura, algunos de sus lectores se estarán preguntando si lo que escribe es verdad. Definitivamente en mi caso, sí. Por eso recurro a los libros de historia y aprovecho al máximo las herramientas que me ofrece Internet para salir a la búsqueda de esos datos; para tratar de corroborarlos y  sumar todo aquellos que me permita visualizar aún más cada tramo de esta historia como si fuera una película en mi cabeza.
Las anécdotas son increíbles, en especial, una referida al confidente del Coronel. Un tal Aldo Cifuentes cuyo seudónimo militar era “Pulgarcito”. Un hombre que terminó forjando una gran amistad con el Coronel y que a su vez le servía de detective. Todos los documentos que tenía el Coronel, después de su muerte, se los deja a este hombre. El autor transcribe diálogos de estos hombres que reproduce de siete grabaciones con el testimonio que le brinda Cifuentes. Diría el autor: “Si la historia es -como parece- otro de los géneros literarios, ¿por qué privarla de la imaginación, el desatino, la indelicadeza, la exageración y la derrota que son la materia prima sin la cual no se concibe la literatura?”. Del relato de estos hombres,  Tomás Eloy Martínez nos cuenta la manera en que se secuestro el cadáver.  Cifuentes le aporta al autor los papeles y grabaciones del Coronel, en las cuales incluso tenía el registro minucioso de tres de sus colaboradores más cercanos o quienes lo ayudaban en el trabajo sucio. Al autor le sorprendió la afición de los militares argentinos por las sectas, los criptogramas y las ciencias ocultas.
Arranca el plan del secuestro: conseguir cuatro ataúdes idénticos, modestos que los conseguirá Milton Galarza. Los cuerpos serán enterrados entre la una y las tres de la mañana siguiente: al de Eduardo Arancibia le corresponde la Chacarita; al de Galarza el cementerio de Flores y al de Gustavo Adolfo Fesquet la iglesia de Olivos. Obviamente el Coronel se quedaría con el premio mayor: el cuerpo de la difunta. Eran sólo ellos cuatro, demasiados pocos para un secreto tan grande. El Coronel les recuerda que la orden de enterrar ese cuerpo embalsamado es del presidente el teniente general Pedro Eugenio Aramburu de la Revolución Libertadora. Mientras tanto, aparece en escena el Comando de la Venganza, aquellos devotos de la santa que irán detrás del cadáver de la difunta y pondrán en aprietos al Coronel.

Capítulo 7. LA NOCHE DE LA TREGUA
Nos metemos en el momento en que se traslada el cuerpo y las copias de la difunta. El autor da cuenta de que también Ara escribiría posteriormente sobre la difunta en una autobiografía titulada: “El caso Eva Perón, memorias y apuntes para la historia”. Si alguien busca en la Web se va a encontrar con el Museo Anatómico Pedro Ara, impresionante y pensar que falleció en 1973. Dice que el arte del embalsamador se parece al del biógrafo: los dos tratan de inmovilizar una vida o un cuerpo en la pose con que debe recordarlos la eternidad. Ara reconstruye el cuerpo de Evita sólo para poder narrar cómo lo ha hecho. Martínez ya tiene dos versiones de ese hecho, lo que cuenta Ara y lo que refiere, los testimonios del Coronel y Cifuentes. En muy pocas cosas coinciden ambas versiones.



El autor da paso a la versión de Ara sobre el secuestro del cadáver. Ara relata la llegada del Coronel y otros oficiales al edificio de la CGT. La colocan todos juntos en el ataúd con mucho cuidado. Después ya no tiene noticias hasta un día en que le avisan por teléfono que el cuerpo ya no estaba en el país. La versión de Cifuentes cuenta que el plan del Coronel salió a la perfección: la medianoche, los cuatro camiones, y el Coronel que lo echa al gallego del edificio. Moori Koenig viste y acondiciona a los cuatro “cadáveres” de la misma manera; la única diferencia, era que la original tendría esa marca en forma de estrella detrás de una de sus orejas. Dicen que el tamaño del cuerpo, después de todos los procesos de embalsamamiento, medía un metro veinticinco. Impresionante. Cifuentes dice que fue el Coronel con sus hombres los que metieron en cada ataúd el cuerpo y las copias: “cada ataúd llevaba una placa de hojalata, con un nombre y una fecha grabados. La de Evita era un guiño a los historiadores –si acaso alguno llegaba a leer la inscripción–, porque los datos eran los de su abuela materna, que había muerto también a los treinta y tres años: Petronila Núñez / 1877–1910”. Depositaron los cajones en los camiones y antes de la una, todo había terminado.  Cuenta, ya casi terminando el capítulo, que Ara se dirigió hasta la zona del río, del puerto y le contó a la gente que estaba allí, que los militares se habían llevado el cadáver y los motivaba a que se revelaran. Querían que le devuelvan a Evita, y ya no sabía qué hacer. El autor dice que hay muchas versiones sobre esta historia de Ara en el puerto.
Durante la travesía hacia el cementerio de la Chacarita, Arancibia violó las instrucciones del Coronel y cuenta el secreto a uno de sus compañeros, a quien le muestra el cuerpo. Le quitan la túnica que lo cubría y después de tocarlo, lo cierran y vuelven a seguir camino hasta la Chacarita. Dicen que al enterrarla, le colocan una cruz barata con el nombre “María M. de Magaldi”. El hombre encargado del cementerio viendo ese nombre, les refiere a una coincidencia, porque a poco metros de ahí estaba enterrado Agustín Magaldi, el cantor que dicen fue novio de Evita. Más adelante Martínez nos contará la historia de Magaldi quien fuera el responsable de llevar a Eva a Buenos Aires cuando tenía 15 años. Después relata el recorrido del segundo cajón con otra de las copias que fue a parar a la iglesia de Olivos con el nombre: “María M. de Maestro”. El tercer cajón terminó en el cementerio de Flores en una tumba bajo el nombre: “NN”.

Retomando la historia, el Coronel había cumplido con Doña Juana. Había recuperado los pasaportes de su familia y se los había mandado esa misma tarde, a través de un mensajero. Ahora, sólo faltaba ocultar el cuerpo. No pudo hacerlo en el mismo edificio de la CGT; tampoco logra convencer a un capitán de la marina para que le permitiera ocultarlo en el regimiento que comandaba; a esa altura, ya no sabía qué hacer con el cuerpo de Evita.

Capítulo 8. UNA MUJER ALCANZA SU ETERNIDAD
El autor arranca el capítulo tratando de determinar cuáles son los elementos que construyeron el mito de Evita. Del anonimato, pasar a ocupar en pocos años y siendo tan joven, el título de Benefactora de los Humildes y Jefa Espiritual de la Nación. Se cuestiona, al igual que uno, si Perón tal vez hubiera resistido a los intentos revolucionarios que terminaron derrocándolo en 1955, si Evita estuviera viva.








Tomás Eloy Martínez hace una referencia al amor que sentía Perón hacia Evita; y la verdad, creo que no la amaba lo suficiente. Más allá de ser su esposa, fue una mujer que lo sobrepasó en carisma y eso no se lo pudo perdonar: no le quiso dar la vicepresidencia y la obligó a renunciar; no hizo nada por salvarla del cáncer a tiempo, y ya muerta, no le importó el destino del cadáver de su esposa al cuál inexplicablemente la mandó a embalsamar (previo antes de morirse, mandarle al embalsamador para que la viera). No comparto el modo de hacer política o adoctrinamiento con los pobres, según cuenta y documenta el autor, cuando Evita paseaba en tren y les tiraba billetes por la ventana. Se me viene a la cabeza el Mausoleo que quería tener Evita parecido al de Napoleón, con el mausoleo monumental que le construyeron a Néstor Kirchner en el Sur. Personajes históricos que buscan imponerlos como próceres. La presidenta Cristina Fernández, es la que recupera y se apropia de ese estilo que tenía Evita de exaltar la figura de su momento. Recuerdo la famosa frase “Perón cumple. Evita dignifica” y pienso que en cualquier momento, nos vamos a desayunar con un cartel que diga “Néstor cumple. Cristina dignifica”.
Hablar de “mitos” sigue siendo un tema recurrente en la Argentina. Vimos el de Evita, el de Perón y el de Néstor, entre otros, que después de muertos se los colocó en el pedestal de santidad, de milagro, de la trascendencia espiritual y moral. Se me cruza el cadáver del hijo del ex presidente Carlos Menem, y todo ese debate que hay sobre si fue un accidente o un atentado.
Lejos de ser una situación como el de Evita, reparo en “el mito” y pienso en el cantante Gustavo Cerati, que sigue en un coma profundo del que no puedo despertar hace más de cuatro años. El 15 de mayo de 2010 una isquemia cerebral y luego un ACV en Venezuela lo dejaron en estado de inconsciencia, pero recibe visitas de personalidades reconocidas y amigos del mundo artístico; que en cada cumpleaños o fecha importante para el artista, sus fanáticos se lo festejan y revolucionan las redes sociales y señales de televisión y radio; que edita nuevos álbumes que sus fanáticos reciben con gran devoción; fanáticos que se instalan en la puerta de la clínica a darle fuerzas y colocar ofrendas. Y en especial un “cuerpo enfermo” al que cuida con devoción una madre amorosa; el cuerpo de su hijo tendido en una cama al que mantienen con vida aferrado a un respirador artificial. Hasta el día de la hoy neurológicamente no ha tenido cambios significativos. Entiendo a esa madre y creo realmente que los Milagros existen.

El autor también repasa en este capítulo, la imagen que la literatura está dejando de Evita, la de su cuerpo muerto o la de su sexo desdichado. ¿Será por esto, que busca elevarla en un pedestal literario que haga eterno el mito de Evita? Nos lleva por los caminos de Cortázar; Onetti, Borges, entre otros y se pregunta: “al fin de cuentas, ¿no es eso lo que Evita pidió al pueblo que hiciera con su memoria? Cada quien construye el mito del cuerpo como quiere”. La admiración del autor se refleja en su búsqueda: “¿Yo busco a Evita o Evita me busca a mí?”.

Capítulo 9. GRANDEZAS DE LA MISERIA
De repente, el autor nos vuelve a llevar al momento en que el Coronel deambulaba con el féretro de Evita, sin saber dónde guardarlo. En lo personal, son los momentos más inquietantes y atrapantes de la novela. En un primer momento, el camión con su fúnebre huésped permaneció estacionado junto a la vereda del Servicio de Inteligencia. El autor cuenta cuando Moori Koenig y otro de los oficiales, pasaron la noche  junto al cadáver dentro del camión, porque tenía miedo de que se la robaran. Los diálogos entre esos dos hombres, que reconstruye el autor, son dignos de una película de “terror”. A todo esto, el presidente estaba convencido que ya la habían enterrado en Monte Grande. Sin embargo, el Coronel está pensando en esconderla detrás de la pantalla de un cine en Palermo. El féretro a esta altura, era un cajón itinerante. Nos relata con lujo de detalles, en una reconstrucción literaria, las experiencias de José Nemesio Astorga, alias “el Chino” el dueño por aquel entonces del Cine “El Rialto”.




Capítulo 10. UN PAPEL EN EL CINE
En lo personal, este es uno de los capítulos más interesantes, atractivos y distendidos. Conocer la historia de Yolanda y “pupé”, es increíble. El autor nos cuenta que a fines de 1989 fue en busca del Chino Astorga sin saber si lo encontraría vivo o muerto, para corroborar la historia del Coronel. Después de cuarenta años, el Cine Rialto sobrevivía a los estragos de los videojuegos y conservaba la costumbre de las funciones continuadas. Un buen consejo nos da el autor para el trabajo periodístico: “No me resigné a los fracasos”, en referencia a que nada lo paralizaba o frenaba a la hora de buscar datos, testigos, información. Consigue dar con un amigo, Emilio Kaufman (de quien el autor había estado enamorado de su hija Irene a finales de los años sesenta) y a quien le consulta por el “Chino” que había terminado atendiendo un kiosco en la zona.


Vuelven las coincidencias del destino. Al parecer “el Chino” vivía a metros de la casa del autor: “creo que nunca me costó tanto dar con alguien al que tuve tan cerca”…. “y he tropezado siempre con los mismos signos de incredulidad: no porque la historia sea inverosímil -no lo es-, sino porque parece irreal”, dice Martínez.
Al final da con el departamento del “Chino”, en el que vivía su hija Yolanda. Por fin iba a poder corroborar su historia. Astorga ya había fallecido. Le consulta entonces si ella recordaba algo de lo que pasó en el Rialto, entre noviembre y diciembre de 1955. Ella recuerda que llevaron por esa fecha un cajón grande, como de metro y medio, de madera lustrada, que colocaron detrás de la pantalla. Permaneció allí unas dos o tres semanas. La caja tenía una “muñeca” a la que llamó “pupé”, con la que jugaba, le ataba moños en el cabello, le pintaba los labios y le daba besos. Muy bizarro, ni a Narciso Ibáñez Menta se le hubiera ocurrido una historia así. Hasta que un día el Chino la encontró durmiendo sobre el cadáver. Recuerda que el Coronel y otro hombre eran los únicos que los visitaban en ese momento. Corría enero. Vuelven tras los pasos de la difunta, los fantasmas que se la quieren arrebatar al Coronel. Hasta que un día, Moori Koenig se la llevó y Yolanda nunca pudo despedirse de su “pupé”. Cuando llega el momento, en que el autor le cuenta a Yolanda que su “pupé” era el cadáver embalsamado de Evita, la mujer no lo podía creer.



En un momento del relato, su amigo Emilio le hace una gran revelación al autor, que se preguntaba que había sido de la vida de Evita entre enero y septiembre de 1943: “yo conocí a la Eva en esos meses del ‘43”. Sería julio o agosto de 1943 cuando conoció a una actriz, con la que salió un tiempo, de nombre Mercedes. La mujer le propuso un día que invitaran a salir con ellos, a una compañera llamada Evita, que no estaba atravesando su mejor momento. La historia que cuenta no fue del todo grata esa noche en una confitería. La cuestión que cuando ellos se disponen a dormir esa noche, Mercedes le cuenta la historia de esa amiga: que Evita habría estado embarazada de un hombre casado (más allá de que estaba en juego su carrera de actriz) y que se había sometido a un aborto que casi termina en tragedia: “le rompieron el fondo del útero, los ligamentos, la trompa. A la media hora cayó bañada en sangre, con peritonitis. Tuvieron que internarla de emergencia en una clínica. Tardó más de dos meses en reponerse. Yo fui la única persona que la iba a ver todos los días. Casi se muere”. El hombre con el que salía Evita, pagó toda la cuenta del hospital y cuando supo que ya estaba a salvo, se marchó para Europa. Le cuenta además, que actualmente Evita, estaba saliendo con un Teniente Coronel que estaba casado. Emilio dice que la vuelve a cruzar a Evita siete años después en un acto oficial. El autor nos insiste en que fue fiel a lo que le contó Emilio Kaufman pero no sabe, si su amigo fue fiel a lo que sabía de Evita. Sin embargo pudo corroborar datos: Evita estuvo internada con el nombre de María Eva Ibarguren en la clínica Otamendi y Miroli de Buenos Aires, entre febrero y mayo de 1943. La clínica ya no conserva los archivos de esa época, pero el Coronel copió la ficha de ingreso y la dejó, con sus demás papeles, en la casa de Cifuentes. No pudo dar con Mercedes. Pero vemos que en el trabajo de investigación del autor, buscó corroborar la historia.

Capítulo 11. UN MARIDO MARAVILLOSO
Volvemos sobre los pasos de Moori Koenig. El Coronel tenía todo detallado. Controlaba y anotaba todos los movimientos en que la “nómade” iba y venía por la ciudad. En las fichas la llamaba a veces “Persona”, a veces “Difunta”, a veces “ED” o “EM”, abreviando “Eva Duarte” y “Esa Mujer”. Cada vez era más “Persona” y menos “Difunta”. Presiente que el mayor Eduardo “el loco” Arancibia y el teniente primero Fesquet ya no eran los mismos. Ya se había resignado a sepultarla en el cementerio de Monte Grande cuando Arancibia le ofreció ocultarla en su casa, en la bohardilla al pie de la escalera. Para el Coronel, las semanas que siguieron, fueron de una tristeza absoluta por su encantamiento con el cadáver. Una noche lo llaman y le avisan que se decretaba la ley marcial (y viene a mi memoria como lectora, el trabajo de Rodolfo Walsh en “Operación Masacre”) y que si alguien pretendía quitarle “el paquete” (como le decían al cadáver) directamente lo fusilaba. El Coronel parte con un grupo de hombres a custodiar la casa de Arancibia. Pero la tragedia no llegaría esa noche. Algo terrible está por pasar.
El autor nos introduce en la historia de Arancibia que registró el Coronel, tal vez para prepararnos a lo que se vendrá después. Da cuenta del relato de Margarita Heredia de Arancibia, la cuñada del “loco” sobre una versión taquigráfica de su declaración ante un juez militar. Margarita es hermana de Elena, esposa de Arancibia, que en ese momento estaba embarazada. Ambas hermanas estaban casadas con los hermanos Arancibia. Margarita revela la herencia de locura en esa familia, razón por la cual nunca quiso concebir un hijo. Dice que Elena sospechaba que el marido la estaba engañando y decide hacer copias de la puerta de la bohardilla. Su marido se pasaba días enteros, encerrado ahí; había cambiado hábitos de conducta y se había vuelto algo misterioso y místico. Se entusiasmó por la egiptología y empezó a levantarse en medio de la noche para subrayar fragmentos del Libro de Muertos. Elena advirtió que las secciones marcadas enseñaban cómo dar de comer y cómo enjoyar a cuerpos que estaban ya en el otro mundo. Era en los abismos de locura en los que había caído Arancibia. La tragedia se desató el viernes 6 de julio de 1956, día en que su marido debía cumplir su guardia semanal en el Servicio. Estando Margarita durmiendo en su casa con su marido, reciben una llamada de Eduardo. Cuando llegan a la casa se encuentran con Elena muerta de un disparo en la garganta y bañada en sangre. El marido la asesinó porque pensó que era un ladrón que quería robarle el cuerpo de Evita. El Coronel se presenta en la escena y les dice que esa historia no debía salir de esa casa. Había cometido un grave error al dejar el cadáver escondido en lo de Arancibia. Por el asesinato de Elena, a Eduardo lo condenaron a prisión perpetua en la cárcel de Magdalena.
Por un momento el capitán Milton Galarza tomó las riendas del Servicio: diseñó los desplazamientos de la Difunta, que sacaron de la casa de Arancibia. Mandó comprar un cajón nuevo y a los costados hizo pintar: Equipos de radio. LV2 La Voz de la Libertad. Una noche el Coronel es víctima de un atentado en su casa.
El cadáver estuvo ubicado adentro de la ambulancia, estacionada en la puerta de la capilla del Carmen; de ahí el Coronel, decide estacionar el vehículo en la puerta de su despacho. El Comando de la Venganza, daba nuevas señales de su presencia y el cajón termina en el despacho del Coronel. En un momento de descontrol y locura, con el cajón abierto, llama a los oficiales y les ordena que orinen sobre el cadáver.

Capítulo 12. JIRONES DE MI VIDA
En este capítulo el autor nos cuenta que al Coronel  lo meten “preso”. Le avisan que el ministro de ejército lo había “confinado por seis meses” a orillas del desierto frente al golfo San Jorge, en el Sur, por no cumplir las órdenes de sus superiores. Ahora sólo le preocupaba la Difunta. Había tratado de amansarla y no se lo habían permitido. Nos relata una historia interesante de todo lo que vivió el Coronel durante su confinamiento en el Sur. Había dejado tiempo atrás instrucciones de que si le pasaba algo le entregaran a su amigo Cifuentes su caja de seguridad del banco donde guardaba los documentos y las claves para poder descifrar todos sus escritos.
Mientras tanto en aquella soledad, pensó por un momento, mandar a alguien para que le llevarán al Sur el cadáver de Evita. Con el tiempo, el Coronel recibe un radiograma en el que le dicen que Galarza tuvo un accidente mientras trasladaba el cajón al cementerio de Monte Grande y que el Teniente Primero de Infantería Gustavo Adolfo Fesquet se hizo cargo de la jefatura hasta que nombrarán al nuevo jefe del Servicio de Inteligencia y se decidiera el destino del cajón. 

Capítulo 13. POCAS HORAS ANTES DE MI PARTIDA
En los diez años que siguieron al secuestro, nadie publicó una sola línea sobre el cadáver de Evita. El primero que lo hizo fue Rodolfo Walsh en “Esa mujer”, pero la palabra Evita no aparece en el texto. Se la alude, se la invoca, y sin embargo nadie la pronuncia. El autor nos relata que desde que apareció el cuento de Walsh, en 1965, a la prensa se le dio por acumular conjeturas sobre el cadáver y analiza cada una de ellas. El cuerpo tardó más de quince años en aparecer y más de una vez se lo creyó perdido.
A fines de los años sesenta, el misterio del cuerpo perdido era una idea fija en la Argentina. Ella volverá y será millones, escribían en los muros de Buenos Aires.
El autor nos cuenta que una mañana de agosto se encuentra con Walsh y su esposa Lilia. Entre charla y charla, Walsh repara en el ritual extraño que acontecía cada mes de agosto en los jardines de la Embajada Argentina en Bonn (Alemania), lugar donde fue enviado el Coronel como agregado militar en 1957. Todos coinciden entonces, en que tal vez era el Coronel quien tenía el cuerpo original enterrado ahí.
Palacio de la Embajada Argentina en Bonn
Describen que vivió durante seis meses en la peor soledad, en un páramo, al norte de Comodoro, después de que lo denunciaran por el maltrato al cadáver; dicen que no le dieron de baja porque sabía demasiado. En este relato nos amplían aún más, sobre los detalles de los padecimientos del Coronel en su confinamiento. Una charla imperdible, en la que dos investigadores hacen gala de sus conocimientos, astucia, poder de deducción y reconstrucción de los hechos. El Coronel tenía una cirrosis galopante e infecciones en la boca y las piernas. Pasó la fase final del arresto desintoxicándose y que todas las semanas le escribía a Fesquet, exigiéndole que le mandará el cuerpo de Evita. Ambos escritores coinciden: para el Coronel, la ausencia de Evita era como la ausencia de Dios. El peso de una soledad tan absoluta lo trastornó para siempre. Lo que no se entiende es cómo llegó Moori Koenig a ser agregado militar en Bonn.
Walsh le muestra al autor una fotografía del cadáver que llevaba en su billetera como amuleto, y que le había regalado el Coronel. Esa misma noche nuestro autor nos cuenta que viajó hacia Bonn, donde creía hasta ese momento, descansaba Evita.
Cuenta que pudo visitar el jardín. Al final de los canteros de tulipanes descubrió unos tablones apilados y los restos de una cúpula de vidrio. Da con un guardia al que conocía y que le dice que de Evita no sabe nada. Entonces el autor le pide que averigüe unos datos en las bases contables de 1957 y 1958. A la mañana siguiente el amigo le hace llegar una caja de zapatos con unos papeles. Encuentra recibos sobre alquiler de una camioneta; la compra de carbón que se entrega en una caja de roble y que otras dos cajas de roble habían sido enviadas a Giorgio de Magistris, en Milán. También una libreta de tapas negras que pertenecían al Dr. Pedro Ara; en la que se podía apreciar, que tuvo la posibilidad de restaurarla.

En este punto de la historia, se me viene a la cabeza la novela de “El código Da Vinci” escrita por Dan Brown y publicada por primera vez en 2003. Tomás Eloy Martínez, publica por primera vez su novela “Santa Evita” en 1995. Si no fuera porque pasaron ochos años, entre la publicación de una y otra novela; parecería que los autores compartieron una misma trama de espionaje, misterio y escenarios prácticamente similares. Ambas novelas hacen referencia a una “Santa” (Evita y María Magdalena); del calvario de sus cuerpos y el peregrinar por el mundo, sin lograr un lugar de reposo seguro; los fanáticos y sus detractores querían esos cuerpos: unos para hacerlo desparecer y otros para adorarlos. Robert Langdon es un personaje ficticio (creado a imagen del autor) que va detrás del Santo Grial que no sería otro que el cuerpo de María Magdalena; al final descubre que reposa bajo una pirámide de vidrio. Tomás Eloy Martínez es el personaje que al igual que Langdon busca ese santo grial que al parecer estuvo (antes de su descanso final en Italia), bajo una cúpula de vidrio en un jardín de la Embajada Argentina en Bonn. Códigos secretos, símbolos mágicos, ocultismo, momias son parte de la trama de estas historias.
Robert Langdon (Dan Brown) nació en el mes de junio de 1963 y en la historia tenía unos 45 años; Tomás Eloy Martínez nació en el mes de julio y con 61 años publicó su novela, pero en función de los hechos que investigó en ese momento debería tener una edad similar (si nació en 1934). Busco indicios, coincidencias que de alguna manera los acercan. Momentos en las que se ubican controvertidas interpretaciones de los hechos sobre esos cuerpos, persecuciones, espionaje, mentiras, el tema de la sexualidad y la divinidad femenina; ambas eran consideradas reliquia sagrada que le proporcionaría un poder enorme a quien la tuviera e incluso el suficiente como para salvar la Fe de la Iglesia y la Fe de un pueblo. Martínez incluye al personaje de Moori Koenig y en el otro caso, Brown a “El Maestro” Sir Leigh Teabing (conocido de Langdon); ambos obsesionados y enloquecidos por esos cuerpos de las difuntas. No quiero detenerme en esta historia, pero las coincidencias están a la vista, en esa trama de misterio e intrigas.

Pero volviendo a la novela, en este capítulo el autor nos menciona a Mario “Cariño” Pugliese quien trabajó con Agustín Magaldi Coviello amigo de Evita y quien la habría llevado a Buenos Aires. El autor logró ubicar a “Cariño” y le cuenta que Magaldi un hombre que creía en la reencarnación, en las apariciones simbólicas, en el poder determinante de los nombres, conoció a Evita cuando esta tenía 15 años. Fue en una presentación que hicieron en Junín. Allí, Doña Juana le había pedido a Magaldi que apadrinase a Evita en Buenos Aires. Viajaría con ella entonces y le pagaría una pensión y la presentaría en la radio.



 “Cariño” dice que trató de disuadirlo, pero no lo logró. Nos relata el viaje en el tren; la vida de Evita en la pensión y sus comienzos en la radio. Cuenta que Magaldi le llevaba dieciocho años a Evita: eran siete menos de los que le llevaría Perón, y sin embargo, al cantante le parecían un abuso. Según Cariño, Evita pasó con él la Navidad de 1934 y no como dicen los historiadores que Evita llegó a Buenos Aires un 3 de enero 1935. Dice que a Magaldi lo sedujo con el desdén y lo perdió por exagerar la osadía. Fue “Cariño” quien finalmente le consigue un trabajo a Evita y termina siendo actriz. Debutó el 28 de marzo de 1935 en el teatro Comedia. Interpretaba a una mucama en “La señora de los Pérez”. Magaldi muere sin poder recomponer la amistad con Evita. Ella asistió a su funeral, pero en la mesa de un café cerca de donde lo velaban.




Capítulo 14. LA FICCIÓN QUE REPRESENTABA
Este capítulo arranca arriba de un barco camino a Génova, en el que viaja un tal señor De Magistris (era el capitán Milton Galarza encubierto). En la bodega, el ataúd de María Maggi se apoyaba sobre un pedestal de hierro, junto al casco, en la proa. La Mujer era fosforescente en las tinieblas de la bodega. Un oficial le preguntó por la muerte de la esposa. Respondió con la versión que habían fraguado en el Servicio de Inteligencia y que él había ensayado interminablemente, ante el ministro de ejército y ante su nuevo jefe, el coronel Tulio Ricardo Corominas (en realidad era Héctor A. Cabanillas).
Mientras tanto retrocedemos un poco en el tiempo para entender por qué Galarza estaba en ese barco. Resulta que con el arresto de Moori Koenig los militares debían hacer desaparecer el cuerpo. La orden llegó al escritorio del capitán Galarza una noche de noviembre, escrita por el presidente que le ordenaba enterrar cuanto antes a esa mujer en el cementerio de Monte Grande. Cumpliendo la orden sufre un accidente, fue la noticia que recibió el Coronel en su confinamiento. El cajón vuelve entonces al despacho del jefe del Servicio.  Corominas reúne a Galarza y a Fesquet, les muestra un mapa con tres ciudades europeas y, en un círculo azul, Génova. Ahí les dice que van a enterrar para siempre a la difunta. Mencionan las tres copias, pero en realidad quedaban dos, porque a una de ellas, la exhumó la Marina del Cementerio de Flores y fue enviada a Lisboa. La segunda va a salir para Rotterdam a fin de mes. Al igual que la primera, tiene una identidad falsa pero creíble.
Los documentos están en orden. En cada puerto hay familiares esperándolas. Les muestra el cadáver de la difunta y les cuenta que el doctor Ara estuvo acomodándola un poco y fue quien descubrió la marca que le había efectuado el Coronel detrás de la oreja en forma de estrella. Resuelven hacerle la misma marca a las otras copias.
El autor nos cuenta que en febrero el Coronel viajó para Bonn porque el gobierno lo nombró agregado militar en Alemania Federal. Galarza debía embarcarse con el cadáver el 23 de abril en el "Conte Biancamano" y fingiría ser Giorgio de Magistris, el viudo desolado de Marta Maggi. Fesquet partiría la noche siguiente hacia Hamburgo. Se llamaría Enno Kóppen y la falsa difunta –la última copia– iría de contrabando, en el cajón de equipos de radio donde ahora estaba la verdadera.
El autor nos cuenta como fueron esos momentos en el puerto antes de embarcar y cómo Galarza tuvo que coimear a los empleados porque el cajón al ser tan pesado, tenían sus sospechas de algo raro. Al parecer Galarza fue otra víctima del hechizo de la difunta y un día, cuando estaban por llegar a destino, le confesó al cadáver que lo amaba (pero a su vez la odiaba). Incluso al desembarcar en Génova casi pierde el cajón. A todo esto, las pólizas de embarque dicen que la Difunta debía ser entregada a Giuseppina Airoldi en Milán. El cuerpo termina en el Cementerio Monumental de Milán, en el jardín 41, lápida número 86. La lápida de mármol gris que iban a emplazar sobre el foso decía: “Marta Maggi de Magistris 1911–1941. Giorgio a sua sposa carissima”.



Después de relatarnos lo que acontecía en aquel cementerio, el autor vuelve sobre los pasos del Coronel, ya instalado en Bonn. Cuenta, por lo que supo de su espía chileno, que el presidente le había enviado una carta a Doña Juana diciéndole que Evita había recibido cristiana sepultura y que ya podría regresar a Buenos Aires. También el 18 de mayo recibió, un radiograma en clave del teniente Fesquet: “El Cap frió ancla en Hamburgo el martes 21 a las tres de la tarde. Lo espero desde las cinco y media en el muelle número 4 de St. Pauli”. Estaba convencido entonces de que el verdadero cuerpo lo tenía Fesquet, pero no sospecha que le habían tendido una trampa. El Coronel salió hacia Hamburgo (en la ambulancia que había alquilado) y se alojó en un hotel con el nombre de Karl Geliebter. Pero Fesquet había llegado a destino con la noticia que al desembarcar había perdido el cajón. Al final terminan en un galpón del puerto y el capitán del barco le muestra las órdenes de aduana del Cap frió: “Herbert Strasser, por mandato de Karl von Moori Koenig...”. Para sorpresa del Coronel, se trataba de una orden impuesta por él que nunca existió y peor aún, no conocía a ningún Strasser. El capitán del barco les sugiere que hicieran la denuncia de la sustracción del cajón. Para el Coronel, Herbert Strasser era una calle en Hamburgo, que en realidad se llamaba “Herbertstrasse”.


Calle Herbertstrasse
La manera en que encuentra el cuerpo, es de película. Todo lo pasó esa noche es increíble. El Coronel desde que tocó por primera vez el cuerpo de Evita, pasó por todo tipo de eventualidades y circunstancias increíbles, buenas, malas, pero vemos que siempre todo se le complicaba aún más. Esa noche no fue la excepción. Imaginarme al Coronel escapando con el cuerpo (que supone es el verdadero) sobre los hombros por esas calles para meterlo en la ambulancia, es de película: persecución, disparos y el escape final. El Coronel estaciona la ambulancia en la puerta de su departamento, tal cual lo había planificado, pero recibe una orden de la Embajada de volver a Buenos Aires al día siguiente. Decide contarle todo a su esposa y esconder el cuerpo en su departamento (sobre el techo de la cocina), pero la mujer se resiste; entonces decide juntar sus cosas y parte en la ambulancia.
 
Capítulo 15. UNA COLECCIÓN DE TARJETAS POSTALES
Inicia el capítulo, en pleno viaje del Coronel, sin destino fijo y con el cadáver a cuestas; mientras repasamos la historia de su vida a través de los paisajes que transita y que tantos recuerdos despiertan en él. Hasta este punto de la novela, mucho sobre el Coronel, no conocíamos. En un momento lo detiene la policía y le pide los papeles de la difunta que transportaba: pero al ver que se trataba de una muñeca de cera, lo dejan seguir su camino. Pensó en enterrarla en el jardín de la casa de sus abuelos en Eichstatt. El paisaje no era el mismo de su memoria. Abrió una zanja y ubico el cajón. Aprovechó a ocultar todos los papeles que tenía en su poder, bajo los pies del cuerpo. La dejó en su tumba, el escondite que solo él conocía. El autor nos indica que fue Aldo Cifuentes, el que le cuenta lo que se sabe del tramo final de esta historia. Murió sabiendo que no había enterrado a Evita sino a una de las copias. Los supo cuando llegó a Buenos Aires. Corominas, Fesquet y un emisario del ministro de ejército le avisaron que había caído en una trampa. Le contaron todo. Querían desenmascarar al Coronel por todo lo que había hecho desde que hizo cargo del cuerpo de Evita. Cifuentes cuenta que el Coronel mandó a buscar a su familia, volvió al lugar donde enterró “ese cuerpo”, pero al final no lo encontró en su cajón. Diría el autor: “El cuerpo esquivo de Evita. El cuerpo nómade. Ésa fue la fatalidad del Coronel”.
En este tramo de la historia, vemos a un autor en pleno trabajo de recolección de pruebas que Cifuentes había dejado a su disposición y que incluían todo tipo de documentación del Coronel. Nos enseña que: “en esos papeles había un relato. Es decir, el manantial de un mito: o más bien un accidente en el camino donde mito e historia se bifurcan y en el medio queda el reino indestructible y desafiante de la ficción. Pero aquello no era ficción: era el principio de una historia verdadera que, sin embargo, parecía fábula”.
El autor hace una reseña final, en la voz de Doña Juana, narrando su sufrida vida y la vida de su hija: desde su relación con Juan Duarte (el padre de sus cinco hijos), la vida en Los Toldos; el bautismo de esa niña Evita; un accidente casero en la que se quemó con aceite hirviendo; las primeras salidas a buscar trabajo; la muerte de Duarte y su entierro en Chivilcoy; los desaires en aquel velorio de hijos legítimos y otros bastardos. El autor hace que las palabras de Doña Juana, nos lleguen hasta lo más profundo del alma; las viste de grandeza, fragilidad, amor, dolor, respeto. Juana tuvo que levantar a Evita, porque no alcazaba a despedirse del cuerpo de su papá.
Así como esa madre repasa su vida; uno como lector, repasa en la mente cada capítulo de la novela; y descubre en esas palabras repletas de sentimientos el doloroso final de Evita y el calvario de ese cuerpo nómade, que ya muerto, aún así, lo seguían asesinando y humillado; sin permitirle una digna despedida de quienes la amaron en vida. En definitiva, no es uno quien debe juzgar al prójimo, no entiendo por qué, entonces, lo hicieron de manera cruel con Evita. Creo que Evita fue una extraordinaria mujer. La Evita eterna. Tal vez en el fondo, el autor tenga razón. Miro uno de los billetes de 100 pesos, con su figura estampada y me pregunto, si esto es un efecto más de aquella devoción al cuerpo. Un cuerpo que ya descansa en el Cementerio de Recoleta, pero que cada día, cuando un billete de estos regresa a nuestras manos, nos recuerda su vida, su historia. Un cuerpo que dejó de ser nómade al final de la historia; pero un mito que vuelve a nosotros cada vez que tenemos un billete de estos en la mano, un mito que permanece en circulación.





Capítulo 16. “TENGO QUE ESCRIBIR OTRA VEZ”
El autor se muestra desolado (deprimido, agotado) una noche a fines de junio de 1989; cuando un llamado telefónico, le anuncia nuevos datos sobre el cadáver de Evita. Le habla un coronel del Servicio de Inteligencia del Ejército. Pensando en no asistir al encuentro con ese coronel, escribe: “Me he pasado la vida sublevándome contra los poderes que prohíben o mutilan historias y contra los cómplices que las deforman o dejan que se pierdan. Permitir que una historia como ésa me pasara de largo era un acto de alta traición contra mi conciencia”.
Esa noche se encuentra con el coronel Tulio Ricardo Corominas, acompañado por otros dos militares, uno de ellos era Jorge Rojas Silveyra. Cuenta el autor que en 1971, el gobierno militar le había dado plenos poderes a Rojas Silveyra, para negociar con Perón en Madrid. Le entregó a Perón el cuerpo de Evita, con el que no sabía qué hacer, y cincuenta mil dólares de salarios presidenciales atrasados. El otro militar se hizo llamar Carlo Maggi.









Al parecer, en su novela sobre Perón, el autor mencionó que el cuerpo de Evita habría estado en Bonn. Estos hombres le dicen que no fue así. A todo esto, les aclara que justamente se trataba de una novela: “lo que es verdad es también mentira. Los autores construyen a la noche los mismos mitos que han destruido por la mañana”. Corominas le reitera que el cuerpo nunca estuvo en Bonn y que Moori Koenig no lo enterró. Hubo un solo cuerpo que enterró el capitán Galarza en Milán, y desde entonces estuvo ahí, hasta que lo recuperaron. Le muestra el acta que firmó Perón cuando recibió el cuerpo, la factura de la aduana cuando embarcaron a la difunta y el título de propiedad de la tumba. Ahora el cuerpo estaba en una cripta en el cementerio de la Recoleta.
Así pasaron tres años, mientras el autor, seguía ocupando su mente con la historia, su historia, sobre el cadáver de Evita. Hasta que decidió escribir la novela.



Antes de continuar, con el punto final de esta novela, la sección de los “reconocimientos”; se dice que Tomás Eloy Martínez habría escrito otro final para esta historia. Al parecer, esa charla incluyó la historia de cuando los montoneros secuestraron al general Aramburu. Ahí es donde el autor recuerda que los montoneros anunciaron que lo secuestraban como venganza por la desaparición de Evita. Ese fallido final incluye un párrafo en el cuál el autor habría pensado en hacer un trueque con los montoneros ofreciendo el cadáver de Evita (que ya conocía su destino final en esa charla con los militares) a cambio de la vida del general Aramburu. Hay espacio para mencionar a cada uno de los presidentes que pasaron por esos años, hasta llegar a Lanusse quien le dijo a Corominas, que había que devolverle a Perón todas las banderas. Rojas Silveyra había mencionado que nadie sabía cómo iba a reaccionar Perón, porque consideraban que estaba enamorado de otra mujer y Evita ya era sólo su pasado; por lo cual el autor interrumpe y sostiene que “Evita nunca fue el pasado de nadie. Nos guste o no, sigue siendo el presente".






Para hacer más increíble esta historia, apareció una nota en el diario La Nación con fecha del 24 de junio de 2012, con una entrevista al general de brigada (R) Jorge Dansey, entonces oficial del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), que revela cómo en septiembre de 1955, en plena Revolución Libertadora, sacó el cadáver de Eva Perón de la CGT al mando de un grupo comando. Dansey sostiene que Moori Koenig no fue a la CGT y Aramburu aún no era presidente. Incluso que no existió “ese supuesto amor y profanación” del cadáver, por parte del Coronel. En la sección bibliografía consultada, está el link a esa nota: El otro derrotero del cuerpo de Evita.

Con respecto a este final, en lo personal, me dejó con sabor a poco, más allá del dato revelaron que le llevan esos hombres. Esperaba mucho más para el final de esta novela, en la que ese cuerpo emanaba luces, espectros azulados, que flotaba, que se movía y respiraba. Cada capítulo fue intenso. Y el final algo más reflexivo y breve. Creo que la fuerza en este final de la historia, tal vez está, en que nunca fue un final, sino el comienzo de TODO. El disparador de esta historia, el final que termina siendo el principio de todo cuando el propio autor dice: No sé en qué punto del relato estoy. Creo que en el medio. Sigo, desde hace mucho, en el medio. Ahora tengo que escribir otra vez”. El final que no es final porque se trata de un mito que es eterno.





Me atrevo a comentar que cuando el cuerpo de Evita fue entregado a Perón, no terminaron los padecimientos de esa difunta. Incluso Pedro Ara volvió para acondicionarla. Volvieron sobre ella los personajes siniestros, como María Estela “Isabelita” Martínez la tercera esposa de Perón y José López Rega. Cuentan que mientras estuvo en Madrid, López Rega al que apodaban “el brujo”, intentó transferir el alma de Evita al cuerpo de Isabelita, a través de algunos artificios místicos, que consistían en hacerla que se acostara sobre el ataúd mientras encendía velas y musitaba palabras mágicas. Recién el 11 de noviembre de 1974 retornaron los restos de Evita, en un operativo llevado a cabo por López Rega y miembros de la Triple A, quienes tuvieron el cuerpo de la difunta junto con el de Perón (que había fallecido en julio de 1974) en una capilla ardiente en la Residencia Presidencial de Olivos, sin que la Familia Duarte tuviera acceso. El 22 de octubre de 1976 la dictadura militar dispuso la restitución del cuerpo de Eva Perón a sus familiares. El cuerpo fue llevado a su bóveda, bajo estrictas normas de seguridad, al Cementerio de la Recoleta, donde hoy descansa en paz.

RECONOCIMIENTOS
En esta sección destaca a todos aquellos que colaboraron con su incansable búsqueda de la verdad de ese cuerpo nómade que lo atormentaba. Aquellos que le aportaron generosamente ese condimento especial, mágico, con los que pudo darles vida a ciertos personajes y reconstruir tramas de algunas de las historias que se reflejan en la novela. Algunos aportaron documentación muy valiosa, que aún hoy, su familia conserva en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Recordemos que el autor falleció en 2010. En esta lista de reconocimientos, menciona a su familia y también descubrimos la identidad verdadera de algunos de sus personajes.
Menciona a Rodolfo Walsh que lo inició en el culto de “Santa Evita”.
A Helvio Botana, que le permitió copiar sus archivos y le reveló casi todo lo del Coronel.
A Julio Alcaraz, por su relato del renunciamiento.
A Olga y Alberto Rudni, a quienes les debe el personaje y la historia de Emilio Kaufman.
A Isidoro Gilbert.
A Mario Pugliese “Cariño”, por su evocación del primer viaje de Evita.
A Jorge Rojas Silveyra, por el final de su novela y el aporte de documentos invalorables. A Héctor Eduardo Cabanillas y al suboficial que fingió ser Carlo Maggi, por sus relatos.
A la viuda del coronel Moori Koenig y a su hija Silvia.
A Sergio Berenstein, quien entrevistó al personaje que aquí se llama Margot Heredia de Arancibia.
A los viejos proyectoristas y acomodadores del cine Rialto, así como a los herederos del antiguo dueño.
A Nora y Andrés Cascioli, que le permitieron entrevistas con Rojas Silveyra y Cabanillas.
A María Rosa, quien investigó en los diarios de 1951 y 1952 las hazañas y récords que intentaban devolver a Evita la salud perdida.
A José Halperin y a Víctor Penchaszadeh, que corrigieron las incontables referencias médicas del texto y facilitaron la búsqueda en los archivos del sanatorio Otamendi y Miroli.
A Noé Jitrik, Tununa Mercado, Margo Persin y, en especial, a Juan Forn, que leyeron más de una vez el manuscrito.
A Erna von der Walde, por sus lecciones electrónicas de alemán.

Bibliografía del autor.

Tomás Eloy Martínez
 (Tucumán, 16 de julio de 1934 - 31 de enero de 2010)
Fue un escritor y periodista argentino, guionista de cine y ensayista.



Tomás Eloy Martínez nació en Tucumán en 1934. En su provincia ganó premios tempranos con sus poemas y cuentos. Se graduó como licenciado en Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad Nacional de Tucumán y en 1970 obtuvo una maestría en Literatura en la Universidad de París VII.
En su trayectoria se diluyen las fronteras entre el periodismo y la literatura. Las crónicas de libros como La pasión según Trelew, Lugar común la muerte, El sueño argentino o Réquiem por un país perdido, son un ejemplo de esa realidad narrada como historias de ficción.
Las redacciones de semanarios como Primera Plana y Panorama, y de diarios como La Opinión, contaron con su mirada incisiva y sin mordazas. Vivió exiliado en Venezuela entre 1975 y 1983. Allí fundó y dirigió El Diario de Caracas. Años más tarde puso en marcha el diario Siglo 21 de Guadalajara, México. En el medio, quedó trunco un proyecto de Gabriel García Márquez, quien lo había convocado para crear El Otro, su sueño de un periódico propio.
Maestro de periodistas, participó de la creación y fue miembro del Consejo Rector de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), y desde 1996 fue colaborador permanente de los diarios La Nación de Argentina, El País de España y The New York Times Syndicate. En 2009 Tomás Eloy Martínez recibió dos reconocimientos que consolidaron su carrera: en España, el Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria, y en Argentina, su incorporación como miembro de número en la Academia Nacional de Periodismo.
A su trayectoria se suma una extensa carrera académica, que comprende conferencias y cursos en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina, así como su condición de profesor emérito de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, de la que durante más de una década fue director del Programa de Estudios Latinoamericanos.
Pero quizás sea el novelista el que haya alcanzado mayor proyección internacional. Publicó su primera novela, Sagrado, en 1969. Luego vendrían otras, como La mano del amo, El vuelo de la reina –ganadora del Premio Internacional Alfaguara en 2002–, El cantor de tango y Purgatorio. Tal vez hayan sido La novela de Perón y Santa Evita –dos títulos que ya son clásicos de la literatura contemporánea–, los que lo convirtieron en el autor más traducido de la Argentina y en una de las voces más personales de la narrativa de su país. Con ellos logró interpretar la historia y el mito a través de la imaginación. El conjunto de su obra es el que subraya su condición de narrador de ficciones verdaderas.
Desde la Fundación Tomás Eloy Martínez, en julio de 2014, lanzaron la publicación de un nuevo libro, Tinieblas para mirar, que reúne todos los cuentos del escritor. El primer volumen que reúne sus textos en un género que transitó desde muy joven en Tucumán, y de manera intermitente a lo largo de toda su vida.

Fuente: Fundación Tomás Eloy Martínez.
http://fundaciontem.org/biografia/
http://es.wikipedia.org/wiki/Tom%C3%A1s_Eloy_Mart%C3%ADnez
http://www.alfaguara.com/ar/libro/tinieblas-para-mirar/

Bibliografía consultada.

Fragmento del final excluido de “Santa Evita”.

El otro derrotero del cuerpo de Evita.

El caso de Eva Perón: Apuntes para la Historia, de Pedro Ara.

Diario del embalsamador de Eva Perón.
http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/25471/3/THI~N2~P50-65.pdf

“Esa mujer”, Rodolfo Walsh.

Antecedentes de la preconización a la santidad de Eva Duarte de Perón.

"A Evita la engañaron con el cáncer".

Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina, de José Pablo Feinmann.
Eva Perón, “Mi mensaje”.

La lucha por el cadáver
http://elpais.com/diario/2002/07/25/internacional/1027548013_850215.html

La Argentina. Una historia para pensar 1776-1996
E. Cristina Rins y María Felisa Winter
Edición Kapelusz 2008.





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