Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh


Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh
Andrea Sosa Araujo -  San Luis Julio 2014

“¿Cuándo un hombre es libre? Cuando se siente seguro.
¿Cuándo se siente seguro? Cuando no tiene temor. 
¿Cuándo no tiene temor? Cuando no hay nadie  superior a él.
¿Cuándo nadie es superior a otro? Cuando son todos iguales.
¿Qué garantiza la igualdad? La Ley.
Si no rige la ley, no hay igualdad, no hay seguridad, no hay libertad.”
Montesquieu (Siglo XVIII)



 Análisis de la obra.

La inestabilidad fue la característica distintiva del período 1955-1983 en el país: debería haber habido cinco presidentes, pero hubo dieciséis. Los grupos de poder lucharon por imponer sus necesidades, equiparando fuerzas por medio de alianzas rotativas. Todos ellos: fuerzas armadas, partidos políticos, sector rural, empresarios, obreros y estudiantes consideraron necesaria una redistribución del poder a su favor y muchos estuvieron dispuestos a pagar el precio que fuera necesario por esto, aun a costa de muchas vidas. Las alternativas se convirtieron en excluyentes, no contemplaban un espacio para los demás.
El debate se transformó en lucha, inclusive armada, que derivó al país por un rumbo incierto, oscilando entre los extremos de derecha e izquierda. En una sociedad profundamente dividida y polarizada, los proyectos se neutralizaron unos a otros, debilitando al país incluso en el contexto mundial.
Se instalaba la “Revolución Libertadora” y en Operación Masacre, los hechos narrados son los fusilamientos clandestinos de un grupo de civiles en los basurales de la localidad bonaerense de José León Suárez, el 9 de Junio de 1956. De 12 fusilados, siete logran escapar con vida. Dicho operativo se da dentro de las represalias llevadas a cabo contra los generales Juan José Valle y Raúl Tanco que se levantaron contra el gobierno militar del general Pedro Eugenio Aramburu que había derrocado a Juan Domingo Perón en Septiembre del año anterior. En realidad, para ser más precisos, quienes derrocaron a Perón es el general Eduardo Lonardi que asume como presidente y como vicepresidente el contraalmirante Isaac F. Rojas, en el golpe militar del 16 de Septiembre de 1955.
La división dentro de las fuerzas armadas parecía pasar sólo por peronistas y antiperonistas; sin embargo, las diferencias liberales y nacionalistas -viejas líneas internas-, se ahondaron con el ejercicio del poder. En Noviembre de ese año, un golpe interno provocó el alejamiento de Lonardi -vinculado al nacionalismo católico-, y la llegada de Aramburu -ala liberal del Ejército-. Se prohibió todo aquello que estuviera vinculado al peronismo; y como en cada golpe de Estado que llegaría después, las medidas incluían destitución del presidente y gobernadores, disolución del Congreso Nacional y legislaturas provinciales; disolución y hasta proscripción de partidos políticos; y lo que observaremos en la historia que nos relata Walsh, lo que implicó la separación de los miembros de la Corte Suprema de Justicia, que en una nueva conformación, actuaría a favor de las fuerzas armadas. El país en esas épocas pasó a ser conocido por la violación de los Derechos Humanos y la arbitrariedad de un gobierno que no respetaba la ley.
De ese suceso, que nos relata Walsh en Operación Masacre, unos pocos lograron escapar de la muerte y sobrevivir para contarlo. En el contexto político y social de aquella Argentina, devienen la existencia de miles de presos políticos y el por qué de la rebelión de los generales peronistas Valle y Tanco, que contó con el apoyo de militantes que resistían en la clandestinidad y venían a romper la supuesta calma que quería imponer el régimen.
La trama narrativa entrelaza sucesos y emociones, respaldadas por documentación, pruebas, testimonios y una exhaustiva investigación periodística. Hasta el propio autor reprueba y condena el accionar represivo y autoritario de las fuerzas armadas; porque se trataba de un gobierno no democrático, y porque no cumplían ni siquiera las leyes que ellos mismos decretaban. Por ejemplo, las víctimas fueron  secuestrados cuando la Ley Marcial no había sido promulgada; pero aunque así hubiese sido, fueron fusilados sin sometimiento a juicio y sin derecho a la defensa. A esto hay que sumar, que los propios fusilamientos a militares rebeldes, fue de la misma manera que los civiles de León Suárez. El proceso  de investigación se da en un Walsh que aun era antiperonista, identificado con el nacionalismo popular que lo impulsaba a defender la nacionalización de la economía, la participación del Estado, la distribución de la riqueza, y el enfrentamiento de Perón con la Iglesia. Pero luego reconocerá que Operación Masacre le cambiaría la vida: “Haciéndolo, comprendí que, además de mis perplejidades intimas existía un amenazante mundo exterior”. Los fusilamientos quedaron impunes. Operación Masacre, sin embargo, cumple su cometido histórico: pulveriza la versión oficial de los hechos y ofrece para el futuro un valorable documento periodístico.
En Mayo de 1970, Aramburu fue secuestrado y asesinado por la organización guerrillera Montoneros, para ajusticiar los fusilamientos de José León Suárez de 1956. Después de la masacre de aquel año, el peronismo organizó la Resistencia donde actuaron grupos de derecha e izquierda dentro del propio movimiento y los grupos de acción directa se multiplicaron. La violencia armada fue un gran costo para el país, sin importar del lado que uno quiera estar o no tratando de entender por qué actuaban de esa manera los grupos militares o montoneros. Todavía hay muchos a favor y otros en contra, sobre lo que verdaderamente pasó en esta etapa de la historia. La cuestión, es que estos enfrentamientos armados, en medio de la inestabilidad que vivía el país, representan los hechos más oscuros y tristes de la Historia Argentina. La violencia estaba instalada. Los grupos extremistas de ultraderecha y de ultraizquierda no coincidían en las ideas, pero sí, en los métodos, ambos usaban las armas y no reparaban en medios para obtener sus fines. El polo opuesto de una extremista (de izquierda o derecha) es una persona democrática, que cree en las reglas de juego, la vigencia de la ley y el respeto por los otros. Te puede gustar o no, la obra de Walsh, pero lo que no se puede discutir, son las pruebas documentadas que recolectó durante su investigación en la reconstrucción de esos hechos. Es un tema que aún genera la necesidad de un profundo debate. Operación Masacre, nos invita a sumergirnos en ese tramo de la historia más dolorosa del país, y reflexionar sobre el país que queremos construir a futuro y para nuestras próximas generaciones. Un país con mayores libertades, la Argentina del consenso, de la pluralidad de ideas, del debate, del respeto a la Ley Suprema la Constitución, a nuestros semejantes; el respeto en libertad. Un recordatorio de lo que no queremos ser, de lo que nunca más queremos se repita en nuestro país. Como reza el Preámbulo de la Constitución Nacional: “… afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad…”

            Datos Bibliográficos del autor.

Rodolfo Jorge Walsh nació el 9 de enero de 1927 en Lamarque (hasta 1942 Nueva Colonia de Choele-Choel), provincia de Río Negro, Argentina. Fue un periodista, escritor, dramaturgo y traductor argentino que militó en la Alianza Libertadora Nacionalista e integró las organizaciones guerrilleras FAP y Montoneros. Como escritor trascendió por sus cuentos policiales ambientados en Argentina y por sus libros de investigación periodística. Inició el movimiento periodístico-literario de la novela testimonial.
Su obra recorre especialmente el género policial, periodístico y testimonial, con obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo. El 25 de marzo de 1977 un pelotón especializado emboscó a Rodolfo Walsh en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh, militante revolucionario, se resistió, hirió y fue herido a su vez de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar.


Se había criado en el seno de una familia conservadora, de ascendencia irlandesa. Estudió en un colegio de monjas irlandesas en Capilla del Señor (Provincia de Buenos Aires) en 1937 y fue interno en una congregación de curas también irlandeses (un instituto de Moreno perteneciente a la Orden de los Palotinos) donde egresó en 1940. A los 17 años comenzó a trabajar en la Editorial Hachette como traductor y como corrector de pruebas promediando el año 1944.
El periodismo se acercó a su vida con la misma intensidad que la literatura. En 1945 se asomó al mundo de la política por la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), un grupo nacionalista de derecha violenta  opuesto al gobierno del general Agustín Pedro Justo. Pero, al poco tiempo Walsh se descontentó con la organización y sus líderes.
 A los 20 años publicó sus primeros textos periodísticos, en su mayoría  sobre temas de interés general y de cultura. Hacia 1950, Walsh cursó algunas materias de la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de La Plata. A partir de 1951, comenzó a publicar cuentos en las revistas Vea y Lea y Leoplán. Para, 1953, se desvinculó de la ALN, de la que luego dijo que “fue la mejor creación del nazismo en la Argentina”.
La relación de Walsh con el peronismo fue  tan compleja, tan entramada en pasiones personales, profesionales como lo fue la relación de su literatura con la política. En 1955, se mostró a favor de la Revolución Libertadora. Pero un altercado con la Marina, por una serie de  notas publicadas en homenaje a tres aviadores (uno de los cuales era peronista), produjo un cambio que se verá reflejado en Operación Masacre
La investigación profunda y clandestina de los asesinatos llevados a cabo por el régimen militar del general Pedro Eugenio Aramburu, entre el 9 y el 12 de Junio de 1956 en distintos puntos del país para reprimir el levantamiento peronista comandado por Juan José Valle, marcó un punto de inflexión  en Walsh.
Fue una tarde de 1956, jugando al ajedrez en un bar de la Plata escuchó la frase "Hay un fusilado que vive". Nunca se le fue de la mente. A fines de ese año, comenzó a investigar el caso con la ayuda de la periodista Enriqueta Muñiz, y se encontró con un gigantesco crimen organizado y ocultado por el Estado. Walsh decidió recluirse en una alejada isla del Tigre con el seudónimo de Francisco Freyre, y con la única compañía de un revolver. El 23 de diciembre Leónidas Barletta, director de Propósitos, denunció, a pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y la existencia de un sobreviviente, Juan Carlos Livraga.
A mediados de 1958, no abandonará jamás el camino emprendido con Operación Masacre.  Comenzó la investigación del asesinato de Marcos Satanowsky, abogado del dueño del diario La Razón, a manos de matones de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), que fue publicada por entregas en la revista Mayoría y años más tarde, en 1973, como libro.
Fue tal vez a comienzos de  1959 cuando su amigo, el periodista Jorge Masetti, lo convenció de partir para Cuba y juntos fundaron la agencia Prensa Latina. Había decidido que no sería nunca más un simple observador privilegiado del mundo, sino que quería formar parte activamente de él: como jefe de Servicios Especiales en el Departamento de Informaciones de Prensa Latina, usó sus conocimientos de criptógrafo aficionado para descubrir, a través de unos cables comerciales, la invasión a Bahía de Cochinos, instrumentada por la CIA. A Cuba fue Walsh a respirar un poco de aire libre. Sus experiencias amorosas con prostitutas cubanas fueron para él también actos de liberación.
De regreso a la Argentina trabajó en Primera Plana y Panorama. Al promediar los ´60, confesó ser un hombre de izquierda. Poco después de la muerte del Che Guevara en Bolivia, el 8 de octubre de 1967, escribió sus últimos textos de ficción y se metió de lleno en la militancia política y sindical.  Ya durante la dictadura de Onganía, en 1968, fundó el semanario peronista de la CGT de los Argentinos, que se publicaba clandestinamente. A principios de los ´70, Walsh comenzó a relacionarse con Montoneros, y en 1973 ya era un importante oficial de esa organización armada.
En 1974 comenzaron las diferencias de Rodolfo Walsh con la organización Montoneros, a partir del pase a la clandestinidad. Por entonces, ya dejado constancia  de sus diferencias con la cúpula de Montoneros. Insistió en la necesidad de replegarse, de preservar la integridad de los militantes, de desmilitarizar la política de la organización. No fue escuchado, pero creía que su deber era permanecer en esa trinchera que había elegido para luchar por sus ideas. En 1976, comenzó la dictadura más sangrienta de la historia argentina. Desde el seno de Montoneros, Walsh hizo lo suyo: fundó la Agencia de Noticias Clandestinas, con el objetivo de romper la férrea censura que imponía el Estado terrorista. El 29 de septiembre de 1976 murió en un enfrentamiento su hija Vicki. Tenía 26 años, una hija y era militante de Montoneros. Murió también su amigo Paco Urondo en Mendoza, perseguido por fuerzas militares conjuntas.
Hizo una apuesta el 9 de enero de 1977, cuando cumplía medio siglo. Que antes del 24 de marzo, primer aniversario del golpe, terminaría de escribir la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar. Envió su famosa Carta a las redacciones de los diarios. Nadie la publicó. El 25 de marzo de 1977, entre las 13:30 y las 16 horas, Walsh fue secuestrado por un grupo de Tareas de la ESMA, comandado por el oficial de Inteligencia García Velasco. Sobrevivientes de la ESMA le acercaron a su hija Patricia Walsh una versión de lo sucedido. Según esa versión Rodolfo debía ser tackleado por el oficial de Marina y exrugbier Alfredo Astiz, quien falló en su intento. Esto generó una momentánea confusión que permitió a Rodolfo gatillar el revólver calibre 22 que guardaba en la entrepierna. Así hirió a uno de sus agresores, que quedó rengo. A fines del  ’77 ese hombre fue galardonado con una medalla en una ceremonia secreta de la ESMA.

Fuente:
Texto adaptado a partir de Rodolfo Walsh. La palabra no se rinde (SEONE, 2007: pp  6-39)
Rodolfo Walsh de Felipe Pigna.
Wikipedia.

Algunas de sus obras:
Cuento
Diez cuentos policiales (1953)
Variaciones en rojo (1953)
Esa Mujer (1963)
Los oficios terrestres (1965)
Un kilo de oro (1967)
Un oscuro día de justicia (1973)
En defensa propia
Simbiosis
Zugzwang
Selección
Selección, traducción y noticias biográficas de la Antología del cuento extraño (1976).
Investigaciones periodísticas
Operación Masacre (1958)
¿Quién mató a Rosendo? (1969)
Caso Satanowsky (1973)
Teatro
La granada (1965)
La batalla (1965)
Póstumos
Los oficios terrestres (1986)
Cuento para tahúres y otros relatos policiales (1987)
Ese hombre y otros papeles personales (1995)
El violento oficio de escribir. Obra periodística (1955-1977) (2008)
Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto) (1987)
Asesinato a Distancia
Cuentos completos (2013)
          
             Partes en que se divide la obra y el contenido de cada uno de esos capítulos.

Ø    PRÓLOGO.

    Incluye:  Apuntes significativos del prólogo.

Walsh en el prólogo nos hace la presentación de la historia. Nos pone en conocimiento de diversas circunstancias y hechos, que van a desarrollarse a lo largo de los capítulos y secciones que acompañarán esta obra. De manera resumida con una síntesis podríamos decir perfecta, nos provoca curiosidad y la necesidad de meternos de lleno al relato sustancioso, de esta historia increíble por más dura, cruel, sangrienta e injusta, repleta de dificultades del orden político e institucional. Injusta porque nunca se hizo justicia con los asesinos, nunca fueron condenados por los asesinatos de cinco civiles inocentes de los hechos que se les acusaba. Pero la versión probada y documentada del autor a través de su investigación, reivindica a los fusilados y a los sobrevivientes, y condena socialmente a todos los instigadores y asesinos que participaron en ese hecho. El periodista que denuncia y el escritor, que al mismo tiempo es personaje que está presente a través del relato, a través de nuestra mirada por medio de la suya. Era un contexto político en el que el peronismo fue proscripto y un grupo de militares (de línea peronista) se sublevaron esa noche contra el gobierno de la Revolución Libertadora. El caso que denuncia el autor, en función de las prácticas que se llevaban adelante, seguiría después, aún más crueles,  hasta el gobierno de la junta militar del Proceso de Reorganización Nacional. En la primera parte del informe y en la Biografía de Walsh, menciono sus inclinaciones políticas desde sus comienzos hasta el quiebre con Operación Masacre.
En el Prólogo nos presenta la historia y nos invita a seguir leyendo, la trama, los sucesos, a lo largo de los capítulos que vendrán. Se destacan el valor, el coraje y esa libertad que abraza Walsh para investigar y contar la historia. Creo que esas virtudes son las que atrapan al lector para seguir leyendo con sentido de pertenencia y compromiso; porque en definitiva, todos somos parte de la Historia de nuestro país.
Walsh nos relata con el Prólogo el momento, en esa asfixiante noche de verano de 1956, en que se entera de un hecho puntual (vinculado a los fusilamientos clandestinos justamente ocurridos en junio de ese mismo año) que da inicio a su investigación. Con precisos detalles nos cuenta el clima previo que se vivía en ese momento en la ciudad de La Plata, y lo terrible que era vivir cerca de una dependencia policial. Nos remonta a seis meses previos de un tiroteo con que empezó el asalto al comando de la segunda división y al departamento de policía, en la fracasada revolución del general Valle. Lo nervioso que lo ponía esa situación de incertidumbre en un ambiente inseguro, de violencia, sangre y balas, en especial cuando caía la noche. Desde ahí nos relata entonces, que en el bar (donde se jugaba al ajedrez) frente a un vaso de cerveza, un hombre  le dice que “hay un fusilado que vive” y se involucra de lleno en la historia. Es el momento en que toma conocimiento de un hecho y que va a marcar el inicio de lo que será toda su investigación y compromiso con lo sucedido. Una historia, hasta ese momento difusa, lejana, erizada de improbabilidades. Walsh, no pierde tiempo e inmediatamente nos presenta, algo así como “sin anestesia” a Juan Carlos Livraga como queriendo también involucrarnos a nosotros los lectores, en ese momento con la historia, mostrándonos a ese hombre en el que ha quedado una sombra de muerte. El fusilado que vive. Imposible no sentir curiosidad, miedo, intriga. Una provocación del autor a comprometernos también a seguir leyendo una historia, de la cual Walsh nunca tuvo dudas. Una historia que tendría a más de un fusilado con vida, las figuras del drama que escaparon a la muerte esa noche del 9 de Junio y las que quedaron tiradas en ese descampado de José León Suárez. Nos adelanta además cómo será su investigación, por la cual abandonará su casa y su trabajo, y que pasará a llamarse Francisco Freyre. Nos cuenta que tendrá una cédula falsa con ese nombre, que un amigo le prestará una casa en el Tigre, que durante dos meses vivirá en un helado rancho de Merlo y llevará encima un revólver. Nos cuenta también en el Prólogo, cómo se hizo pasar por primo de Livraga para poder entrar al despacho del Juez, quien según Walsh (en ese momento primo del testigo) pudo observar a un magistrado que se conmueve tanto, como vuelve a conmoverse él al escuchar nuevamente el relato de esa noche de terror.
Walsh también nos pone al tanto de todo lo que le costó tratar de que alguien publicara su nota periodística sobre los hechos. Hasta que por los suburbios cada vez más remotos del periodismo, llega a un sótano de Leandro Alem donde encuentra a un hombre que se anima y la pública, sin firma, mal diagramada, con los títulos cambiados, pero sale a la luz de la opinión pública. En realidad nos dice que figuraban sus iniciales pero en distinto orden “J. W. R.” y que eso implicó que posteriormente las fuerzas policiales dieran con un periodista que tenia justamente esas mismas iniciales.
Es un Prólogo por el cual el lector ya puede configurarse un escenario de lo que será la historia, nos presenta a la periodista Enriqueta Muñiz, quien según el autor, se juega entera por la investigación de lo sucedido y fue la que consiguió testimonios importantes para esclarecer los hechos. Nos cuenta que fue un pilar importante para él en la investigación. Relata que llegaron juntos, en tren, a la localidad de León Suárez y que con un plano llegaron al lugar de los fusilamientos. Divisaron una alta y obscura hilera de eucaliptos, el camino, la zanja y por todas partes el basural. Cuando Walsh relata los hechos de esa noche en los capítulos que vendrán, entenderán los lectores el por qué, fue a ese preciso descampado y observó esos eucaliptus. Después nos presenta a otro testigo que se salvó, Miguel Ángel Giunta. Para el autor parece que con estos dos sobrevivientes, termina la historia, pero Giunta le tira un dato, algo que oyó murmurar, y es que hay un tercer hombre que se salvó y sería Horacio di Chiano. Walsh a esta altura del Prólogo nos cuenta que para el mes de Mayo, tenía escrita la mitad del libro y otra vez andaba en la búsqueda de alguien que lo publicara hasta dar con Tulio Jacovella.  Termina el prólogo con una serie de agradecimientos entre los que figuran el doctor Jorge Doglia, ex jefe de la División Judicial de la Policía de la Provincia, exonerado por sus denuncias sobre este caso; al doctor Máximo von Kotsch, abogado de Livraga y Giunta; a Leónidas Barletta, director del periódico “Propósitos”, donde se publicó la denuncia inicial de Livraga; al doctor Cerruti Costa, director del desaparecido periódico “Revolución Nacional” donde aparecieron los primeros reportajes sobre este caso; a Bruno y Tulio Jacovella; al doctor Marcelo Sánchez Sorondo, que publicó la primera edición en libro de este relato; a Edmundo A. Suárez, exonerado de Radio del Estado por darle a Walsh una fotocopia del libro de locutores de esa emisora, que probaba la hora exacta en que se promulgó la Ley Marcial; al ex terrorista llamado “Marcelo”, que se arriesgó a entregarle información; al informante anónimo que firmaba “Atilas”; a la anónima Casandra, que sabía todo; a Horacio Manigua y a los familiares de las víctimas.
Nada se compara con lo que llegará después en cada Capítulo de la obra. Walsh pone en nuestras manos con este Prólogo un mapa preciso del terreno, el escenario de los hechos, de la historia de algunos de sus principales protagonistas. Un mapa por el cual a partir de ahora empezamos a caminar junto a él, cada detalle de lo que fue un proceso de investigación periodística en la búsqueda de la verdad de un hecho hasta entonces desconocido para el público por obra de factores que buscaron su ocultamiento. Nos permitirá conocer todos los aspectos del hecho y todas las personas a las que involucra, el papel que cada uno desempeñó en ese momento. Nos llevará así, por los aspectos menos previsibles, los inesperados y los ocultos.

Ø PRIMERA PARTE: LAS PERSONAS

En este capítulo que se divide en varias secciones, nos presenta a algunos de los personajes principales, vinculados con los fusilamientos: algunos de los que murieron, otros que sobrevivieron y uno en especial que se vuelve su informante anónimo. Nos brinda detalles y descripciones de lo que hicieron esas últimas horas al hecho, como vivían, cómo eran sus familias o afinidades políticas y que trabajo hacían. Habla incluso con los vecinos y personas que conocieron a los fusilados y sobrevivientes de esa noche trágica. Nos cuenta de quién era el departamento donde todos esa noche se juntaron, un personaje que termina pidiendo asilo en una embajada, también nos dice quién vivía en ese momento y nos cuenta además el autor que justo esa noche se estaba dando un alzamiento en Campo de Mayo. Se toma el trabajo de contarnos hasta las noticias de ese día que salían en los diarios como que en los Estados Unidos operaron al general Einsenhower; San Lorenzo derrota a Huracán en un encuentro anticipado del campeonato de fútbol y la gran pelea de box que por el título sudamericano se realiza esa noche en el Luna Park, entre otras. Y también nos lleva registro de las transmisiones de la Radio Nacional con hora y programa emitido (después sabremos que Walsh pudo dar con el libro de registro de transmisiones de la radio). Cada detalle nos permite reconstruir esas horas previas, la atmósfera que se vivía y la que se presentía, las sensaciones que rondaban sobre estos protagonistas. Nos muestra cómo el destino, los fue cruzando a unos con otros, para terminar en ese departamento, sin pensar lo que les pasaría horas más tarde. En este capítulo, todo esto transcurre hasta que están todos los protagonistas en el lugar dispuestos a escuchar la pelea por la radio. Vemos que algunos incluso ni se conocen, pero están ahí todos juntos, como si fuera una cuestión del destino. Salvo Torres y Gavino, el resto de los invitados, lejos de interesarse por las cuestiones revolucionarias de la época.

1. Carranza.
Arranca presentándonos y contándonos la historia de Nicolás Carranza uno de los que muere fusilado. Tiene su casa en el Barrio Obrero de Boulogne. Era peronista y antes de su muerte era un prófugo, de silueta baja y maciza, de rostro firme y despejado. El autor va al encuentro de su compañera y madre de sus hijos, Berta Figueroa a su casa para hablar con ella. Nos cuenta que tiene seis hijos y nos describe y da el nombre de cada uno de ellos. Incluso nos cuenta la historia de una de las hijas, la mayor, Elena que estuvo presa y fue interrogada por cuatro horas sobre las actividades que hacía su padre. Berta le cuenta A Walsh las últimas horas de Carranza la noche de ese trágico día 9 de junio: que le dijo que no sabía si volvía esa noche, que entró al dormitorio de los chicos y le dio un beso a cada uno de ellos, luego a ella y se marchó. En la siguiente sección vemos que fue a buscar a Francisco Garibotti. Carranza será uno de los “fusilados que muere”.

2. Garibotti.
Después nos presenta a los Garibotti. También del Barrio Obrero de Boulogne. Francisco Garibotti era el padre del hogar, un hombre alto, musculoso, cara cuadrada y enérgica, de ojos un poco hostiles, bigote fino que rebasa ampliamente las comisuras de los labios. De 38 años y de servicio en el Ferrocarril Belgrano. Su esposa es Florinda Allende y al igual que Carranza tiene seis hijos. El autor nos brinda detalles de todo lo que observa en la casa, nos describe a sus hijos y nos da detalles de esa noche de sábado del 9 de junio. Lo que hace el autor es mostrarnos la relación, por ahora, entre Carranza y Garibotti. Florinda cuenta que esa noche Carranza lo fue a buscar después de cenar y el marido le dijo que tenía que salir a hacer una diligencia y volvía. El autor reconstruye el recorrido de los dos amigos que van a tomar el tren y aclara que solo puede formular conjeturas. Los dos van desarmados. Bajan en Florida y se dirigen a una vivienda. Garibotti será uno de los “fusilados que muere”.

3. Don Horacio.
La casa donde han entrado Carranza y Garibotti, donde se desarrollará el primer acto del drama y a la que volverá por último un fantasmal testigo es la de Horacio di Chiano. Don Horacio será uno de los “fusilados que vive”. Es de pequeña estatura, moreno, de bigotes y anteojos. Tiene alrededor de cincuenta años, hace trabajos de electricista y vive con una familia no muy numerosa, su esposa Pilar y su hija Nélida. Cuenta el autor en esta sección que Don Horacio antes de entrar a su casa después de finalizar la jornada de trabajo se cruza con su vecino Miguel Ángel Giunta a quien invita a su casa. Eran las 21:30 y en ese momento, en Campo de Mayo, un grupo  de oficiales y suboficiales al mando de los coroneles Cortínez e Ibazeta inician el trágico levantamiento de junio. Todos lo ignoran incluso en Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, transmite música de Haydn.

4. Giunta.
Miguel Ángel Giunta o Don Lito, es un hombre que no ha cumplido treinta años y vendedor en una zapatería. Es un hombre alto, atildado, rubio, de mirada clara. Expansivo, gráfico en los gestos y el lenguaje. Será uno de los “fusilados que vive” y de todos los testigos que sobrevivan al drama, según el autor, ninguno resultará tan convincente, a ninguno le resultará tan fácil y natural evidenciar su inocencia, mostrarla concreta y casi tangible.

5. Díaz: dos instantáneas.
Cuenta a esta altura el autor, que mientras se van juntando personas en el departamento, algunos entran otros salen, unos quince hombres jugando a los naipes en torno a dos mesas, escuchando la radio o conversando, llega Rogelio Díaz un suboficial retirado de la Marina, que no saben bien quién lo trae ni a qué viene. Díaz será otro de los “fusilados que vive”. Se sabe que vive cerca de ahí y que tiene una familia no muy numerosa. Lo único preciso, lo único en que coinciden quienes recuerdan haberlo visto, es en su aspecto físico, un hombre corpulento, provinciano, muy moreno, de edad indefinible. El autor cuenta que después por testigos secundarios pudo corroborar la existencia del sargento sastre Díaz que era santiagueño.

6. Lizaso.
Carlitos Lizaso de veintiún años, alto, delgado, pálido, de carácter retraído y casi tímido de una familia numerosa de Vicente López. Carlitos será uno de los “fusilados que muere”. Abandonó sus estudios secundarios para ayudar al padre en su oficina de martillero. Don Pedro Lizaso, el padre, fue radical en una época. Luego simpatiza con el peronismo. Carlitos era un buen jugador de ajedrez y para el autor le resultó difícil reconstruir sus últimas horas. El último contacto fue con su novia.

7. Alarmas y presentimientos.
Esta sección es algo tensa y el autor describe el clima que se vivía en ese lugar de encuentro. Aparece en escena, el famoso “Marcelo” amigo de Lizaso quien esa noche pasó varias veces por el lugar para buscarlo y que luego sería un informante del autor. Sabe lo que estaba ocurriendo pero Lizaso, entretenido y distendido, le decía que en diez minutos se iría con él. Marcelo antes de retirarse del departamento (Juan Carlos Torres era el inquilino de ese departamento), le dice a Norberto Gavino que lo cuide a Carlitos. Gavino le contesta que solo van a oír la pelea de boxeo.

8. Gabino.
Norberto Gavino cree por un momento que “Marcelo” tiene razón, pero igual como no habían dicho nada por radio, sobre el levantamiento en Campo de Mayo, se distiende. Gavino será otro de los “fusilados que vive”.  De unos cuarenta años, de estatura mediana pero atlética, suboficial de gendarmería en una época, más tarde vendedor de terrenos que ya venía conspirando desde bastante tiempo atrás. Estaba prófugo y se creía buscado por autoridades militares y policiales. Gavino se refugiaba en ese departamento cuyo inquilino era Torres.

9. Explicaciones en una embajada.
El autor, en esta sección, nos presenta al personaje que explica gran parte de la tragedia: Juan Carlos Torres, es el que vivía en el departamento donde se realizó la reunión y a quien Torres le había prestado a Gavino. Un personaje que para la policía era peligroso, escurridizo y buscado. Pidió asilo en la embajada de Bolivia. El autor lo puede entrevistar, varios meses después y lo describe como un hombre alto y flaco, de abundante cabellera negra, nariz aguileña, ojos obscuros y penetrantes. Torres le cuenta que en la casa habían encontrado documentación pero nada de armas y que a todos los que se llevaron, no deberían haberlo hecho, porque no tenían nada que ver con esos asuntos que él y Gavino, sí conocían (los revolucionarios). Le dijo que él pudo escapar y después cuando se entera de los hechos a varios de los que estuvieron esa noche, no los conocía. De alguna manera se lamenta, no haberlos puesto en conocimiento de que algo podía pasar y pedirles que se fueran; pero no lo hizo.

10. Mario.
Mario Brión de 33 años vive a pocos metros de la casa fatídica. Será uno de los “fusilados que muere”. Es un hombre de estatura mediana, rubio, con una calvicie incipiente, de bigotes y muy trabajador. Casado con Adela y con un hijo Danny. Walsh nos cuenta que se sorprende cuando fue a su casa y se encontró en su biblioteca con autores como Séneca, Shakespeare, Unamuno y Baroja, entre otros. El autor pudo reconstruir que esa noche cuando salió a comprar el diario se cruzó con alguien que lo invitó al departamento de Gavino a oír la pelea. Le avisa a su mujer, se despide de ellos y parte de su casa al lugar de encuentro.

11. “El fusilado que vive”.
Con solo leer el título de esta sección, comprendemos que se trata de aquel dato que le llega a Walsh esa noche de verano y la que lo motiva a investigar lo sucedido. Juan Carlos Livraga hijo de Don Pedro Livraga. Un hombre flaco, de estatura mediana, tiene rasgos regulares, ojos pardo-verdosos, cabello castaño, bigote a poco de cumplir veinticuatro años. Trabaja de colectivero y más tarde, diría Walsh ya “resucitado”, se dedicará a la construcción con su padre. Juan Carlos será “el fusilado que vive”. En el transcurso de la singular aventura que está por sobrevenirle, algunas cosas las captará con extraordinaria precisión y hasta será capaz de trazar diagramas y planos muy exactos. En otras, se equivocará e insistirá terco en el error. Fue el único que se atrevió a presentarse para reclamar justicia. Juan Carlos esa noche sale de su casa directo a un bar que sabe frecuentar, pero está indeciso en quedarse jugando una partida de billar o ir a un baile; pero justo se encuentra con su amigo Vicente Damián Rodríguez y el destino les juega en contra.

12. “Me voy a trabajar...”
Vicente Damián Rodríguez, que tiene 35 años, carga bolsas en el puerto y le gusta jugar al fútbol. Casado, tiene tres hijos, de vida difícil por la pobreza; pero es un hombre trabajador. Esa noche trágica le dice a su mujer que se va a trabajar. Es uno de los “fusilados que muere” y el autor nos adelanta algunos detalles de ese momento, como cuando lo llevaban apresado. Un sobreviviente que lo conocía bien, cuenta que si hubiera querido, “los desparramaba a trompadas a esos milicos”, cabe suponer entonces, como indica Walsh, que jamás pensó que lo iban a matar. Rodríguez se cruza con Livraga esa noche y deciden juntarse a escuchar la pelea que era a las 23 horas por el título sudamericano de los medianos entre el campeón Lausse y el chileno Loayza. Rodríguez se para frente a la finca de portones celestes (al fondo está el famoso departamento) y lo invita a pasar a Livraga.

13. Las incógnitas.
A esta altura de los acontecimientos en esta sección el autor da cuenta, de todos los que ya estaban reunidos en el departamento. Repasa sus nombres: Carranza, Garibotti, Díaz, Lizaso, Gavino, Torres, Brión, Rodríguez y Livraga. “Marcelo” ha estado tres veces y no volverá. Algunos amigos de Gavino han venido y también se han retirado temprano. Da cuentas de un vecino, conocido de Brión, que había llegado a escuchar la pelea y que a último momento se siente descompuesto, se va, y se salva. Pero dice que el desfile no termina allí. Alrededor de las once menos cuarto se presentan dos desconocidos que –si no fuera tan trágico lo que va a suceder– plantean una situación de comedia. Torres cree que son amigos de Gavino. Éste, que son amigos de Torres. Sólo más tarde, comprenderán que son pesquisas. Sin embargo cuando llegue la policía nadie ofrecerá la menor resistencia y no se disparará ni un solo tiro. El autor a esta altura trata de determinar si hubo alguien más esa noche en el departamento. Mientras tanto en el departamento de Don Horacio, que queda frente al de Torres, llega Giunta. Mientras todos se disponen a escuchar la pelea de boxeo, en la comisaría de la zona se empiezan a juntar efectivos para un misterioso procedimiento. Y en el silencio nocturno y al golpe fuerte de las puertas en los departamentos, resonó el grito: ¡La policía!

Ø SEGUNDA PARTE: LOS HECHOS

El capítulo de los hechos es el más drástico y cruel de todos porque da cuenta del momento que son apresados, trasladados a la Unidad Regional de San Martín, el traslado al lugar de los fusilamientos y las conversaciones que compartieron en esas horas previas al horror de la muerte o la resurrección. También nos va a dar a conocer a otros dos testigos principales de los hechos, a Julio Troxler y Reinaldo Benavídez, otros dos “fusilados que viven”. Walsh también lo divide en secciones para ir metiéndonos en cada instante de los sucesos y de la manera en que se fueron dando. Tanto como en el Primer Capítulo y el Segundo Walsh se encarga de describirnos y tomar postura sobre el trato en aquella época que sufrían en especial aquellos denominados “presos políticos”. Lo inhumano del trato, la impunidad y falta de justicia y un trato digno según la Constitución; la violación de los Derechos Humanos. Es su mirada sobre las víctimas. Walsh apunta y describe en pocas palabras aquella época: “la Argentina libertadora y democrática de junio de 1956 no tuvo nada que envidiar al infierno nazi”. Ya después en el Tercer Capítulo veremos cómo se dedica al tema de la Justicia, el clima político y sindical, y cómo actuaba el gobierno del régimen militar de ese momento. Hay que tener en cuenta que esta época fue un anuncio aterrador de lo que vendría después con el régimen militar del último golpe de Estado que sufrió el país y uno de los más sangrientos hasta el momento, que siempre incluyó la práctica de “desaparición de personas” (secuestros, fusilamientos y muertes). Sólo con el tiempo llegarán las luchas y reivindicaciones sobre los Derechos Humanos y el enjuiciamiento a los militares que actuaron en estas épocas del proceso militar. Algo paradójico, lo militares de la época más negra de la historia del país, tuvieron la posibilidad y el derecho a un juicio, algo que nunca se les permitió a sus víctimas.

14. ¿Dónde está Tanco?
En esta sección nos cuenta que cuando ingresaban a lo de Don Horacio los efectivos gritaban ¿Dónde está Tanco? En alusión a unos de los generales rebeldes vinculados con el levantamiento contra Aramburu (y que nos cuenta que después se sabrá que pudo escapar al paredón de fusilamiento). Fue un tropel de policías armados y todo sucedió muy rápido. Dice que Don Horacio estaba espantado frente al jefe del grupo que vestía uniforme del Ejército Alto, corpulento, moreno, de bigotes, en la mano derecha empuña una pistola 45 y hablaba a los gritos. Se supo que ese hombre era el jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, teniente coronel (R) Desiderio A. Fernández Suárez. A todo esto, Giunta estaba petrificado. Ninguno responde porque no saben quién era Tanco y reciben golpes. Todo se vuelve confuso y sin tiempo de protestar los sacan y los meten a un auto de la comisaría. Mientras tanto del patio del lugar Torres pudo escapar y se transforma en el primer sobreviviente, pero Lizaso en su intento no lo logra. Pronto irrumpen en el departamento de Gavino (recordemos que ambos departamentos compartían esta finca con los portones celestes a la entrada). Todos corren el mismo destino, todos quedan detenidos y trasladados a las unidades que estaban en la calle. Algunos a automóviles y otros a un colectivo. A todos le preguntan sus nombres y los efectivos reconocen a Gavino. A esta altura del operativo, Walsh nos da cuenta que son apenas las 23:30 y que es ese preciso momento, Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, cesa de transmitir música de Ravel y comienza a pasar el disco 6489/94 de Igor Stravinsky. Este dato lo tenemos que tener en cuenta porque lo utiliza el autor para desechar la versión oficial sobre la aplicación de la Ley Marcial, con la que después se pretende justificar ciertos hechos criminales.

15. La revolución de Valle.
En esta sección el autor se detiene, pero por un momento nada más, sobre el destino de esos hombres apresados y pasa a contarnos detalles del por qué se daba ese hecho político-militar en ese momento. Nos va a servir para entender tal vez el por qué se los llevaron esa noche. Lejos de allí, el verdadero alzamiento arde ya furiosamente. Y Walsh nos cuenta sobre el levantamiento de estos generales Tanco y Valle, en una base militar, que contó con el apoyo de un grupo civil activo y nos transcribe parte de la proclama firmada por estos rebeldes que decía entre otras cosas que se había abolido la Constitución y no se podía mencionar a Perón. La proclama proponía incluso el llamado a elecciones. El autor dice que Valle entregó su vida por ese movimiento y que de haber triunfado, el país se hubiera ahorrado la vergonzosa etapa que le siguió. Cuenta que la historia del levantamiento es corta. Entre el comienzo de las operaciones y la reducción del último foco revolucionario transcurren menos de doce horas. A las 24 horas se interrumpe la transmisión en la Radio. Todo queda documentado en el Libro de Locutores de Radio del Estado, en uso entonces, en la página 51, rubricada por el locutor Gutenberg Pérez. Muy pocos saben lo que estaba pasando. No se ha pronunciado una sola palabra sobre los acontecimientos subversivos. Walsh nos cuenta que no se ha hecho la más remota alusión a la ley marcial, que como toda ley debe ser promulgada, anunciada públicamente antes de entrar en vigencia. Pero ya ha sido aplicada. Y se aplicará luego a hombres capturados sin que exista la excusa de haberlos sorprendido con las armas en la mano.

16. “A ver si todavía te fusilan...”
En esta sección los apresados van en viaje a un destino incierto. Casi nadie sabe a ciencia cierta el por qué de la detención y hacia dónde los trasladas. Incertidumbre y miedo. Parece que solo Gavino desmelenado y aturdido, enjugándose la sangre del labio, sabe por qué los llevan. Los trasladasen a la Unidad Regional de Policía. Mientras tanto Walsh nos cuenta que, la casa fatídica de Florida vuelve a cobrarse dos imprevisibles víctimas. Julio Troxler y Reinaldo Benavídez vienen en busca de algún amigo a quien suponen allí.
Julio Troxler: es un hombre alto, atlético, que en todas las alternativas de esa noche revelará una extraordinaria serenidad. Veintinueve años. Oficial retirado de la policía bonaerense y se vuelca a los estudios técnicos. Es peronista, pero habla poco de política. Conoce a la policía y sabe cómo tratar con ella. Será otro de los “fusilados que vive”.  No llegó a ser fusilado por saltar del camión y huir.
 Reinaldo Benavídez: tiene alrededor de treinta años, es de estatura mediana, rostro franco y agradable, dueño de un almacén en sociedad. También será otro de los “fusilados que vive”. Se salvó al saltar del camión junto a Troxler.
Troxler al llegar a los departamentos se encuentra con un oficial que conocía, pero igual se lo quieren llevar. A las 0:32 en punto, Radio del Estado da lectura a un comunicado de la Secretaría de Prensa de la Presidencia de la Nación, promulgando dos decretos.  Primero que se declara la vigencia de la ley marcial en todo el territorio de la Nación. El segundo decreto, considerando que la ley marcial “constituye una medida cuya aplicación debe ser reglamentada para conocimiento de la población” dispone las normas y circunstancias en que se llevará a la práctica. Ya en la dependencia policial, el comisario lo tiene que detener y le anuncia lo de la ley marcial y le dice a Troxler “a ver si todavía te fusilan”.

17. “Pónganse contentos”
A partir de ahora el autor nos hace una cronología más detallas apuntando la hora de cada evento. Hace referencia a las 0:45. En la Unidad Regional han bajado a los prisioneros del colectivo.  En la dependencia policial vuelven los diálogos entre los detenidos y Livraga comienza a indagar cuál de todos estaba metido en algo. Pero la mayoría están intrigados por qué preguntan tanto por un tal Tanco. Con ellos van detenidos otros que estaban justo en la zona del operativo. Comienzan los lamentos de aquellas decisiones y promesas falsas a sus novias y mujeres. Tal vez lo mejor de esa noche, era haberse quedado en casa. Carranza y Gavino son de los que piensan que esa noche no zafan por sus actividades revolucionarias. Entra en juego la frase de “detenido político”. Ya no era necesario ser ladrón para que te detengan, lo hacían obviamente ahora por cuestiones políticas. Walsh nos pasa a relatar lo que en ese mismo momento estaba sucediendo en La Plata, los enfrentamientos armados. Mientras tanto, los prisioneros seguían aguardando su incierto destino.

18. “Calma y confianza”
Ya  es la hora 1:45. Y en la Unidad Regional San Martín, se ha vuelto a difundir el decreto de la ley marcial y se comunica al pueblo de la República que a las 23 del día sábado se produjeron levantamientos militares en algunas unidades de la provincia de Buenos Aires. Para los prisioneros la noticia confirma las sospechas. Mario Brión tiene un presentimiento funesto, pensar que os van a matar.

19. Que nadie se equivoque...
Son las 2.45. Aparece otro de los personajes Rodríguez Moreno a cargo de la Unidad Regional que tiene un mal pálpito. Es un hombre imponente, duro, de accidentada y tempestuosa carrera. Parece que  el desastre lo sigue. Junto a él, esa noche del 9 de junio, está el segundo jefe de la Unidad, comisario Cuello. Un hombre bajo, nervioso, sobre quien circulan también contradictorias versiones. En esta etapa les empiezan a tomar declaración a los prisioneros en dos tandas y comienzan los movimientos de tratar de ampararse unos a otros en sus testimonios. El interrogatorio es largo, minucioso. Todos apelan a la casualidad de esa noche, que los encontró en aquel departamento.  A Troxler y Benavídez los tienen desde su llegada en otra dependencia y sus testimonios son los más breves. Walsh describe con lujo de detalles que siendo las 3 de la mañana el frío se hacía sentir y les empiezan a sacar todo lo que traían encima y les daban un recibo.

20. ¡Fusilarlos!
A las 4:45, Rodríguez Moreno recibe instrucciones terminantes: fusilarlos.

21. “Le daba pecado...”
A último momento, hay tres que tienen suerte, les devuelven el documento, efectos personales y los dejan en libertad. A los demás los hacen subir a un carro de asalto. Todos preguntan a dónde los llevan, pero solo reciben un quédense tranquilos. A último momento Giunta tiene la posibilidad de mentir sobre su presencia esa noche en el departamento. Pero no lo hace y se empieza a dar cuenta de lo que está por venir. Pero ya estaba entregado. Arriba del carro de asalto ya nadie sabía a ciencia cierta cuántos eran. Walsh nos tira varias versiones de las que vinieron. Para los prisioneros eran unos once. Para Giunta y Rodríguez Moreno serán unos doce. Pero Juan Carlos Torres hablará de 14 al igual que el Jefe de Policía meses después de los hechos.
Walsh nos marca un dato curioso, pero quizás uno de los más importantes. Los policías no tenían ametralladoras y en cambio tenían unos simples máuseres. Todo parece indicar, que ese curioso detalle, fue lo que salvó a la mitad de los fusilados. De todos modos, ninguno sabía que estaban condenados. En un hecho que Walsh marca como agravante de la situación. Los van a matar. No saben a dónde los llevan. Y arranca un diálogo estremecedor entre ellos. Hablan de la muerte, aunque algunos tratan de consolarse pensando que los trasladan a La Plata. Troxler va tenso y alerta, reconoció la zona y no era precisamente ni para La Plata ni para Campo de Mayo.

22. El fin del viaje
Se dirigen a un escenario perfecto para la masacre que está por ocurrir en una zona de José León Suárez. En un momento paran y dicen que se bajen seis. Don Horacio es el primero en descender, lo siguen Rodríguez, Giunta, Brión, Livraga y algún otro. Fue un amague, dan la orden de que en ese lugar no. Y vuelven a proseguir viaje y ya todos resignados. Cuando vuelve a parar, ya no se moverán más. Bajan los mismos que la otra vez y se suman Carranza y Gavino. Tal vez Garibotti y Díaz. Walsh nos describe el descampado, la hilera de eucaliptus y el basural.

23. La matanza
El anuncio de la muerte es terrible. Los diálogos son aterradores. Les dicen que ha llegado el momento. Todos nerviosos aclaran que son inocentes, están aterrados, pero les dicen que no les van a hacer nada. Es una sección que los lectores no pueden dejar de lado. Matar en una guerra por defensa, pude llegar a debatirse; pero matar a sangre fría a personas inocentes es ultrajante. Los diálogos y descripciones, detalles, sensaciones, todo aflora en el autor para ubicarnos en ese momento de la matanza, de pánico, lo que, para uno, inexplicablemente nunca vamos a poder llegar si quiera a imaginarnos una situación como esa. Los efectivos todos con pistola en mano. Se enfrentan al dilema de intentar huir y que les disparen o quedarse y esperar lo que suceda en esa zanja a la que los han llevado. En el carro de asalto Troxler ve la oportunidad y se escapa con Benavídez.


Todos en la zanja, les dan la señal de alto y los oficiales empiezan a retroceder. Rodríguez Moreno da la orden. El rebaño empieza a desgranarse y cada uno intenta un último esfuerzo por sobrevivir. La noche, al final, les brinda una mano. Están los que escaparon, los que recibieron una bala y los muertos. Algunos quedan tapados entre los cadáveres y toman la decisión de hacerse pasar por muertos. Los heridos, todos inmóviles. Sobre los cuerpos tendidos en el basural, a la luz de los faros donde hierve el humo acre de la pólvora, flotan algunos gemidos. Un nuevo crepitar de balazos parece concluir con ellos. Pero Livraga, que sigue inmóvil e inadvertido escucha la voz desgarradora de su amigo Rodríguez que piden que lo maten y ahí lo ultiman. Llegará el tiro de gracia.

24. El tiempo se detiene
Solo cuando entienden que los asesinos se han marchado, se empieza a conocer la tragedia de los muertos y lo desgarrador de quienes sobrevivieron. En esta sección cuenta todo lo que sintió y le toco vivir a Horacio di Chiano, con lujo de detalles. Cómo sobrevivió a ese tiro de gracia. Livraga es otro que también se ha quedado quieto pero un poco más lejos de la zanja. También nos cuenta el autor todo lo que pudo observar desde ese lugar y cómo fueron esos momentos en los que le tiran, lo rematan, porque vieron que respiraba; con la sola suerte de no volverse a mirar si realmente habían terminado con la vida de aquel inocente. Walsh nos marca el final de la “Operación masacre”, título de su obra.

25. El fin de una larga noche
En esta sección el autor nos cuenta cómo todos partieron desbandados para donde podían. Lo curioso de ese momento es que ninguno atinó a ver cómo estaban los otros y a brindarse ayuda entre todos. Cada uno disparó sin mirar atrás como pudo. Gavino después de tanto correr se toma un colectivo. Walsh cuenta que fue el primero, después, de buscar asilo en una embajada en plena vigencia de la Ley Marcial.
Dicen que los vecinos de León Suárez estaban despiertos por el tiroteo. Giunta fue a parar al jardín de una casa, pero una mujer le dijo que se fuera. El mundo parecía enloquecer aquella noche. Logra que uso jóvenes se apiaden de él y le prestan plata para tomarse  un tren y parte a Retiro. Cosas curiosas le pasan esa noche en el tren que tuvo que tirarse del coche andando antes de llegar a destino. Troxler estaba escondido en una zanja próxima y vuelve a la escena del crimen para ver si Benavídez se había salvado. Entre los cadáveres reconoce a Carranza, Garibotti y Rodríguez. Reconoce a Lizaso con 4 tiros en el pecho y uno en la mejilla. No ve a su amigo y se va del lugar, pero en el camino se lo cruza a Livraga cubierto de sangre.

26. El ministerio del miedo
Esta sección el autor cuenta detalles del estado en que quedó Livraga. El “tiro de gracia” que le aplicaron a Livraga le atravesó la cara de parte a parte, destrozándole el tabique nasal y la dentadura, pero sin interesar ningún órgano vital. En ningún momento perdió el sentido. Luego de que logra reponerse en la zanja comienza un calvario y hasta lamenta, en un momento, haberse salvado. Pero, las ironías de la vida, se cruza con un oficial el que antes se cruzó con Troxler que le tiende una mano sin preguntarle nada y lo lleva a un hospital. Pasan por el lugar de los fusilamientos, uno de los oficiales se baja a ver y comenta que están muertos. Entonces ahí le preguntan qué pasó y en vez de contestar vomita una bocanada de sangre.

27. Una imagen en la noche
Don Horacio recién se incorpora de entre los cadáveres cuando empieza a aclarar.  Ya era el 10 de junio. Walsh describe una observación de Don Horacio, sobre un “árbol fantasma”, que le fue categórico para confirmar que ese hombre había estado ahí. Era el lugar de un extraño espejismo que se observa sólo desde el lugar del fusilamiento. Don Horacio sale corriendo hacia el pueblo. El autor marca a esta altura, los -3 grados de temperatura de ese momento. Logra tomarse un colectivo hasta Liniers y le dieron un boleto capicúa. Es de destacar los detalles que tiene en cuenta el autor para contarnos cada una de estas historias de los personajes. Termina en un bar tomando un café y fue cuando el alma le volvió al cuerpo. Walsh acá plantea una serie de interrogantes que no pudo confirmar. Nos cuenta que el sargento Díaz después de la masacre se escondió en Munro, lo detuvieron y lo mandaron a Olmos. Nunca pudo hablar con el hombre. También se inquieta por el “suboficial X” el hombre al que Troxler y Benavídez vieron balear en el camión. La incógnita persiste. Cinco muertos seguro dejó la masacre, un herido grave y seis sobrevivientes.
Walsh relata extremadamente con lujos de detalles,  que rozan sobre lo escalofriante, el escenario de la masacre con la llegada del día. Cadáveres dispersos cerca de la ruta. Algunos habían caído en una zanja, y la sangre que tenía el agua estancada parecía convertirla en un alucinante río donde flotaban hilachas de masa encefálica. Cápsulas de máuser. Durante muchos días los chicos de la zona las vendieron a los visitantes curiosos. En varias casas lejanas quedaron impactos de balas perdidas. Los que toman contacto con los hechos son los vecinos que desparraman la noticia. Recién a las 10 horas se llevaron los cadáveres al policlínico San Martín. En ese depósito están Carranza, Garibotti, Rodríguez y Brión.

28. “Te llevan”
En el hospital a Juan Carlos Livraga le hicieron curaciones y todos lo oyeron contar su historia. Las enfermeras, que creen en su historia, lo cuidan, siendo que aún regía la Ley Marcial, y llaman al padre para avisarle que estaba allí. Ocultan las ropas ensangrentadas y también el recibo de la Unidad Regional San Martín, que más tarde iba a servir de cabeza de proceso. Lo van a buscar el padre y unos primos que firman el libro de entradas foliado del policlínico una declaración en la que consta que han visto con vida a Juan Carlos y que su estado, aunque de cierta gravedad, no permite suponer en absoluto un desenlace fatal. Por lo tantos vemos como el autor indaga sobre todas las pruebas, la documentación que le va a dar sustento a su investigación. Un cabo lo va a ver en el hospital y supone que era Albornoz el que mandaba el pelotón. Es el efectivo que le comenta a las enfermeras que a Livraga se lo van a llevar de nuevo. Busca algo. Es el famoso recibo, la prueba del crimen, pero misteriosamente aparece en el bolsillo del padre de Juan Carlos. Si la rápida actuación de las enfermeras, distinto hubiera sido el destino de Livraga el testigo. Ese recibo seis meses después llega a las manos del Juez. Pero Livraga en el hospital es subido a una camilla, lo tapan con una sábana y lo suben a jeep. Una de las enfermeras, es la que le dice “pibe, te llevan” entre lágrimas en los ojos.
Giunta llegó a salvo a su casa y ese lunes 11 de junio fue a trabajar como de costumbre. Es tarde cuando vuelve a su casa, su mujer le dice que lo andaba buscando la policía. Un calvario que parecía no tener fin. Quiere aclarar la situación, es una locura, pero va a lo de su padre y ahí lo detienen.  Walsh remarca la connotación política e histórica de esa época negra de la Argentina de la dictadura. La tortura. Describe diálogos que se producen entre los guardias, típicos de esa época donde la autoridad les daba poder hasta con una vida humana inocente. Comentaban que dos veces no se salva ninguno. Le pedían el recibo de esa noche en la comisaría donde figuraba su detención y sus objetos personales retenidos.  Estuvo tres días detenido hasta que Cuellos, el segundo jefe de esa Unidad, trataba de salvarlo de un nuevo fusilamiento. Se sorprendió al verlo demacrado tipo fantasma al borde de la demencia. Corría el 17 de Junio.

29. Un muerto pide asilo
¿Había muerto Benavídez? Era la pregunta que se hacían todos incluso el autor. Pero en la mañana del 12 de junio tales esperanzas se derrumbaron. Los diarios publicaban la lista oficial de “fusilados en la zona de San Martín” y aparecía Reinaldo Benavídez. Aunque el más asombrado debió ser él mismo, puesto que se había salvado.
Walsh la señala como “operación clandestina calificada de fusilamiento” hasta irresponsable porque no tenían idea de quienes eran sus víctimas. En los comunicados a la prensa  a algunos vivos lo pasaban por muertos; a algunos muertos ni los mencionaban e incluso escribieron mal sus nombres; cuando se suponía que eran personas oficialmente ajusticiadas por el gobierno. Vemos como Walsh marca su postura en contra del régimen militar y acusa que esos macabros errores nunca fueron rectificados, aun después de que el propio Walsh lo denunciara.  Cuenta que para el 4 de noviembre de 1956, los diarios informaban que el día anterior al hecho se había exiliado en Bolivia Reinaldo Benavídez, el “muerto”. El autor brinda detalles de día y hora de todos los movimientos y lo que tuvieron que padecer los familiares que buscaban a las víctimas.

30. La guerrilla de los telegramas
En esta sección el autor describe nuevamente todo lo que tenían que padecer las víctimas inocentes, de la impunidad con la que actuaban los militares. Es la historia que pueden contar los que sobrevivieron a esos años de terrorismo de Estado. Es un reflejo de lo que pasó en esa época, cómo se movían, cómo se conducían; sin piedad. Es el caso de Livraga que del hospital lo tiran desnudo en una celda sin atención médica y sin alimentos. No lo registran en los libros, seguramente para reunirlo con los otros resucitados y volverlos a fusilar. Los familiares son la clave de que Livraga siguiera vivo. No descansan hasta el propio padre envía el 11 de Junio a las 19 horas, despacha desde Florida un telegrama colacionado, recibido a las 19:15 horas y dirigido al Excelentísimo Señor Presidente de la Nación, General Pedro Eugenio Aramburu. Volvemos a apreciar los detalles sutiles y precisos que dan cuentas las pruebas que recolecta Walsh a lo largo de toda su investigación. Hasta el mínimo detalle, la mínima prueba, cuenta y suma al proceso de investigación que lleva adelante. El padre de Livraga le pide en ese telegrama pelando a la humanidad del Presidente que le diga dónde estaba su hijo que había sido fusilado pero había sobrevivido y atendido en el hospital. Indicándole que todo había sido un malentendido. La respuesta no tardó en llegar. Le contestan con otro telegrama despachado al día siguiente donde le informan que su hijo había sido herido en un tiroteo y que fue detenido en la comisaría de Moreno. Los padres vuelven a la comisaría pero se lo niegan, incluso en el posterior juicio el propio comisario negaría que alguien fue a visitarlo. Juan Carlos padece durante su encierro el abandono más inhumano para un herido de gravedad. Es desgarrador cómo el autor describe el estado de abandono en el que se encontraba. Desgarrador el sufrimiento que padeció ese hombre. Padecía un asesinato lento, diría el autor. Lo estaban matando en vida. Uno de los guardias le tira la manta con la que se tapaba el perro de la comisaría. Walsh lo describirá como “el perro leproso de la Revolución Libertadora”.
En la comisaría de San Martín, Giunta la pasa un poco mejor que Juan Carlos, pero siempre con la idea de que vienen a llevarlo. En los ocho días que pasa en el calabozo no le llevan ni un plato de comida ni agua. Inhumano. Pero los presos comunes son los que se encargan de acercarle sobras de alimentos. Termina en el penal de Olmos.

31. Lo demás es silencio....
En esta sección Walsh nos brinda los últimos detalles, el saldo de esos asesinatos, describe el movimiento de los sobrevivientes, desde el asilo político en Bolivia, la vuelta al trabajo, aquellos que perdieron su empleo y el destino de reposo final de aquellos que no lograron salvarse de la masacre y los huérfanos que quedaron en la pobreza. El autor aquí define aquella época como “la Argentina libertadora y democrática de junio de 1956 no tuvo nada que envidiar al infierno nazi”. Fija postura al destacar la irresponsabilidad, la ceguera, el oprobio de la “Operación Masacre” que se podía interpretar desde un  pedacito de papel; observando el certificado de buena conducta a de Giunta que lleva un escudo celeste y blanco, expedido por las máximas autoridades de la República Argentina (en ese momento los militares) involucradas, cómplices y autores e ideólogos, en estas prácticas asesinas; el Ministerio del Interior y la Policía Federal.
Por telegrama desde Casa Rosada, el día 2 de julio, le dicen al padre de Livraga que su hijo está en el penal de Olmos y que puede ir a visitarlo. Lo trasladan al día siguiente y recién lo pueden ver el 9 de junio. En el penal recibe la atención que no tuvo hasta ese momento. Dicen que el director del penal era bastante bondadoso, después fue reemplazado. A Giunta lo trasladan al pabellón de presos políticos. Ya vemos cómo se incorpora esta condición “preso político” que incluía a periodistas, sindicalistas y militantes comunistas y nacionalistas. Después se suma Livraga y la experiencia en común los acercó. Entre los presos circulaba el nombre del doctor Máximo von Kotsch, abogado platense  de 32 años, con activa militancia en el radicalismo intransigente que se dedicaba a la defensa de presos gremiales. Reconocido por casos de detenidos puestos en libertad merced a su intervención.  Giunta y Livraga pidieron hablar con él. Escuchó con asombro el relato y en el acto asumió la defensa; y vista la falta de proceso judicial –estaban a disposición del Poder Ejecutivo– y de causas reales que justificaran su encarcelamiento, solicitó que fueran puestos en libertad. La noche del 16 de agosto de 1956 les anuncian que salen en libertad. A la salida los esperaba el doctor Kotsch. El autor remarca que no sólo la actuación del abogado los mantuvo con vida, sino también el hecho de que los efectivos no pudieron dar con todos los sobrevivientes “testigos” de esa operación masacre y lograr recuperar las pruebas, sobre todo los recibos expedidos por la Unidad Regional San Martín, logrado eso, es probable que todo, personas y cosas, hubieran desaparecido.
Recordemos que Gavino ya se había asilado en la embajada de Bolivia antes de que se apagaran los ecos de los últimos fusilamientos. Cuando viajó a aquel país, llevaba consigo el recibo. Julio Troxler y Reinaldo Benavídez tampoco pudieron ser detenidos, se refugiaron en la misma embajada y terminaron en Bolivia al igual que Juan Carlos Torres, el inquilino del departamento del fondo.
Don Horacio di Chiano había perdido su empleo; Livraga y Giunta volvieron a trabajar. El sargento Díaz estuvo preso en Olmos. En los cementerios de Boulogne, San Martín, Olivos, Chacarita, modestas cruces recuerdan a los caídos: Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez, Carlos Lizaso, Mario Brión.

Ø TERCERA PARTE: LA EVIDENCIA

Este capítulo que también se divide en secciones, en busca de una mayor interpretación, comprensión y seguimiento de los hechos, se detiene con documentación y pruebas, en todas aquellas cuestiones del orden político, policial, de gobierno y Judicial de aquella época, en la que hace referencia por ejemplo, a la “Justicia ciega”. Vale destacar que este caso nunca tuvo una resolución favorable en la Justicia. Nunca se resolvió ni se procesó a los asesinos; pero la investigación de Walsh reivindica con documentación y pruebas a aquellos inocentes fusilados y a los sobrevivientes. De esta manera se pudo conocer en detalle esta historia y trascendió hasta el día de hoy. Es una descripción que muestra parte de una realidad (la que pudo vivir para contarla y con el aporte de la documentación que lo prueba como el expediente de la causa, los testimonios y declaraciones) que se vivía en aquellos años de dictaduras.

32. Los fantasmas.
En las secciones anteriores el autor nos contaba las historias y situaciones que se vivieron en los ámbitos de las víctimas; por lo cual en esta sección nos empieza a relatar lo que pasaba del otro lado, desde el ámbito policial.
Nos cuenta como el inspector mayor Rodríguez Moreno informaba esa mañana del 10 de Junio por radio a la Jefatura de Policía de La Plata que la orden de fusilamiento estaba cumplida.  Envió la lista con los cinco muertos y al cuestionamiento del Jefe de Policía Fernández Suárez sobre el destino de los “otros” no tuvo más remedio que decirle que se habían escapado. Walsh cuenta que  Rodríguez Moreno, declarando ante el juez, diría siete meses más tarde que “fue tratado rigurosamente” por Fernández Suárez. El Jefe de Policía es el que había hecho detener a una docena de hombres antes de entrar en vigor la ley marcial y los hizo fusilar sin juicio. Fue el más preocupado, porque de alguna manera entendió que tenían siete hombres que sobrevivieron y marcaban el desastre de su operación (más allá del saldo de cinco muertes), y ahora estaba obligado a desplegar un operativo de ocultamiento que gracias a la investigación posterior de Walsh hoy todos conocemos. Dentro del ámbito policial lo primero que hace es dispersar a los ejecutores materiales y testigos de esa operación masacre y los traslada a distintos destinos. Hay que destacar en este punto que cuando se difunde el comunicado “erróneo” de la lista de muertos en los diarios de aquel momento, no se menciona a los oficiales que participaron del operativo ni el por qué de esa orden de fusilarlos. El autor se hace numerosos preguntas sobre esos momentos previos en la Jefatura con respecto al accionar de los oficiales. Solo se conoce una especie de conferencia de prensa que describen los diarios del 11 y 12 de junio. Justifica el por qué esa noche no estaba en la Jefatura y fija una especie de coartada diciendo que estaba en Moreno porque había detectado un arsenal de bombas de gran poder. Se quiere despegar de los hechos y dice que en aquel momento toma conocimiento de los sucesos en Vicente López. Sin embargo detuvo a esas personas la noche del 9 de junio a las 23 horas, una hora y media antes de promulgarse la ley marcial.
A comienzos de octubre de 1956 el doctor Jorge Doglia, un hombre de 31 años, radical intransigente en esa época, jefe de la División Judicial de la policía denuncia a Fernández Suárez. Doglia que se ha tomado en serio aquel lema fugaz del año cincuenta y cinco: “Imperio del derecho”, como nos marca el autor, descubre que los detenidos que prestan declaración ante él se quejan de torturas y muestran huellas de castigos. Lleva el problema a Fernández Suárez que se hace el desatendido y acude entonces al subjefe de Policía, capitán Ambroggio quien tampoco le da mucha importancia. Solo le resta documentarlo. Conoce después a Livraga. Hace una denuncia ante el Servicio de Informaciones Navales pero por amenazas la retira.  La denuncia de Doglia consta de dos partes: una se refiere al sistema de torturas; otra, al fusilamiento ilegal de Livraga.  Fernández Suárez le fragua un sumario vergonzoso, lo destituyen, con la complicidad del ministerio de Gobierno y el fiscal de Estado, doctor Alconada Aramburu. Pero Doglia habla con  Eduardo Schaposnik, representante socialista ante la Junta Consultiva y los cargos reaparecen. El 14 de diciembre es el propio Livraga quien se presenta a la Justicia, demandando “a quien resulte responsable” por tentativa de homicidio y daño. Fernández Suárez ve aparecer fantasmas. El 18 de diciembre, se presenta a la Junta Consultiva para rebatir a Schaposnik.

33. Fernández Suárez confiesa.
Fernández Suárez dice que no tienen pruebas ante la Junta Consultiva de la provincia e intenta defenderse. Hasta ese momento no hay pruebas del fusilamiento clandestino solo la denuncia de Livraga. En esta sección, el autor nos pide a los lectores que dejemos de lado todo lo que él nos ha venido contando y prestemos atención a las propias declaraciones en ese momento de Fernández Suárez.  Pero antes, Waslh nos remarca parte de su hipótesis sobre lo que habría pasado: “la existencia misma de esos hombres a los que detuvo el jefe de policía en Florida, la noche del 9 de junio de 1956”. Y nos cuenta que fue lo que dijo Fernández Suárez según la versión taquigráfica, otra prueba documental a la que accede el autor para reconstruir la verdadera historia, en la cual confiesa que en la noche del 9 de Junio recibió la orden de allanar personalmente una casa en la que había 14 personas y una de ella será Livraga. Una confesión lejos de aquella versión que difundió en la prensa para despegarse del lugar de los hechos y que confirma el allanamiento, las personas y a Livraga el ahora denunciante. Lo que aclara Walsh y prueba el valor documental de sus pruebas, es que indagó hasta en la más mínima pista para dar con la hora en que se declaró oficialmente la ley marcial a las 0:30 y confirmar así que se violaron todo tipo de derechos humanos esa noche porque los arrestos se produjeron antes esa hora, precisamente según el autor una hora y media antes del anuncio oficial, a las 23 y que confiesa el propio Fernández Suárez: “a las 23 horas allané en persona esa finca” y sostiene “esa gente estaba por participar en actos”. Es decir estaban y no habían participado.
De lo que nos viene contando Walsh de sus averiguaciones desde el comienzo del libro, de esta historia, ahora el propio autor coteja sus investigaciones con la palabra de Fernández Suárez y todo confirma que las cosas fueron sucediendo cómo el vino indagando ante los testimonios y el recorrido por el lugar de los hechos. Impecable. Podemos observar cómo su investigación se ajusta a una rigurosidad periodística impecable. Por eso Walsh en esta sección nos transcribe estas declaraciones porque entiende constituye, más que una defensa, la prueba que Fernández Suárez exigía. Y nos aclara: quedó definitivamente probado que a la madrugada esos hombres fueron fusilados “por orden del Poder Ejecutivo”.

34. El expediente Livraga.
En esta sección Waslh nos sigue brindando las evidencias, que toma de registros, recibos, actas, los expedientes en virtud de las declaraciones de los testigos y aquellos que participaron del hecho. Todo está registrado y es una prueba valiosa para sostener su investigación y la conclusión a la que después llega el propio autor. Hechos que fueron negados por el gobierno, pero que fueron revertidos con las pruebas documentales. Repasa con lujo de detalles lo que a lo largo de la investigación en este libro nos viene contando.  Para Walsh el expediente Livraga además de ser la historia oficial del caso, contiene las confesiones de los ejecutores materiales. Y destaca la condición de ciertos jueces corrompidos. Pero destaca el expediente instruido en La Plata por el juez Belisario Hueyo, a raíz de la denuncia de Livraga, como ejemplo de “decisión, rapidez y eficacia”. Considera que es un “verdadero modelo de investigación. Honra a la justicia de este país”. Una sección imperdible que nos lleva de detalle en detalle, nos hace caminar y volver a transitar sobre los sucesos de esa noche, con una claridad en los tiempos y circunstancias que se vivieron esa noche, para evitar caer en cualquier margen de error. Es preciso aunque un poco extenso, pero es una verdadera radiografía de aquellos hechos. Imperdible.

35. La justicia ciega.
Walsh nos cuenta que el caso fue a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que el 24 de abril de 1957 dictó uno de los fallos más oprobiosos de nuestra historia judicial, con la firma de todos sus miembros: doctores Alfredo Orgaz, Manuel J. Argañarás, Enrique V. Galli, Carlos Herrera y Benjamín Villegas Basavilbaso, previo dictamen del procurador general de la Nación, doctor Sebastián Soler. Este fallo, al pasar la causa a una titulada justicia militar, igualmente cómplice y facciosa, dejó para siempre impune la masacre de José León Suárez. Se fundamenta en la pueril vaguedad de que la policía estuvo subordinada al Ejército durante esa noche y sin embargo estuvo legalmente subordinada al ministerio de Gobierno de la Provincia. El fallo dice que los hechos ocurrieron con motivo del movimiento revolucionario sofocado en aquella ocasión, algo falso porque hasta de la propia confesión de Fernández Suárez, no fue así. Al final no solo ciega la Justicia, sino que se lavó las manos y le remiten todo al juez de instrucción militar. Para Walsh el dictamen del procurador y el fallo de la Corte eran una siniestra corrupción. El autor en esta sección nos brinda una rápida lección de Derecho, sostiene que a Livraga, se lo detiene un día en que están en vigencia las leyes ordinarias pero se lo quiere someter a una ley marcial y por lo tanto, preso desde el día antes, no la puede violar. Sostiene que cuando Livraga sube, preso al colectivo, a las 23:30 estaba protegido por el artículo 18 de la Constitución, que dice que “ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso... o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa”. Livraga pierde así todos esos derechos, frente a la monstruosidad jurídica según el autor, ahora por un juicio militar que era sabido no iba a encontrar culpable al teniente coronel Fernández Suárez. Para Walsh esa, es la mancha imborrable, que salpica por igual a un gobierno, a una justicia y aun al ejército: que los detenidos fueron penados, y con la muerte, y sin juicio, y arrancándolos a los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa, y en virtud de una ley posterior al hecho de la causa, y hasta sin hecho y sin causa.

36. Epílogo.
En esta sección el autor nos muestra cómo encaró la investigación, el lugar desde dónde se paró para empezar a reconstruir esta historia. Para Walsh una de sus preocupaciones, al descubrir y relatar esta matanza cuando sus ejecutores aún estaban en el poder, fue mantenerla separada de los otros casos similares. Acá nos demuestra el autor lo difícil que es encarar una investigación en una situación como esa y tratándose incluso hasta de una denuncia, cuando uno trata de sacar a la luz algo que con tanto se trata de ocultar. Y que justamente con el poder documental y su investigación la Revolución Libertadora no podía responder. Cuenta que  renunció al encuadre histórico, en beneficio del alegato particular. Reconoce que ni  la Revolución Libertadora y sus herederos, no lo reconocen porque no están dispuestos a castigarse a ellos mismos ante una atrocidad injustificada. Como lo fueron de las ejecuciones de militares en los cuarteles, tan bárbaras, ilegales y arbitrarias como las de civiles en el basural. En este punto menciona algunos de esos casos en los que fusilaron a militares que estaban en contra de la Revolución Libertadora y destaca el caso del general Valle que se entrega la noche del 12 de junio a cambio de que cese la matanza y lo fusilan esa misma noche. Suman 27 ejecuciones en menos de 72 horas en seis lugares. Todas ellas están calificadas por el artículo 18 de la Constitución Nacional, vigente en ese momento, que dice: “queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos políticos”. Se trata en suma de un vasto asesinato, arbitrario e ilegal, cuyos responsables máximos son los firmantes de los decretos que pretendieron convalidarlos: generales Aramburu y Ossorio Arana, almirantes Rojas y Hartung, brigadier Krause.

37. Aramburu y el juicio histórico.
En esta sección Walsh nos cuenta todo lo que sucedió en esa época después de la ejecución de Aramburu que provocó una semana más tarde la caída del general Onganía. Nos describe ese proceso histórico cuya dictadura ya había sido resquebrajada otro 29 de mayo (el año anterior) por la epopeya popular del Cordobazo, y postergó momentáneamente los proyectos de los sectores liberales que veían en el general ajusticiado una solución de recambio para la fracasada Revolución Argentina.
En esta sección autor nos introduce en aquel 29 de mayo de 1970 un comando montonero secuestró en su domicilio al teniente general Aramburu. Dos días después esa organización lo condenaba a muerte y enumeraba los cargos que el pueblo peronista alzaba contra él. Los dos primeros incluían “la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada” el 9 de junio de 1956. El comando llevaba el nombre del fusilado general Valle. Aramburu fue ejecutado a las 7 de la mañana del 10 de junio y su cadáver apareció 45 días después en el sur de la provincia de Buenos Aires. El autor destaca una declaración en particular que calificaba ese hecho como un “crimen monstruoso y cobarde, sin precedentes en la historia de la República”, y uno de sus firmantes es el general Bonnecarrere, gobernador de la provincia al desatarse la Operación Masacre. Otro fue el propio coronel Fernández Suárez. No parecían los más indicados para hablar de precedentes.
Remarca que el dramatismo de esa muerte aceleró un proceso que suele llevar años: la creación de un prócer. En cuestión de meses los doctores liberales, la prensa, los herederos políticos canonizaron a Aramburu a quien destacaban como el paladín de la democracia, soldado de la libertad, dilecto hijo de la patria, militar forjado en el molde clásico de la tradición sanmartiniana y gobernante sencillo que rehuía por temperamento los excesos de autoridad. Pero no todos eran tan necios para dejar pasar por alto los excesos que se cometieron en su gobierno.
Para Walsh, Aramburu estaba obligado a fusilar y proscribir del mismo modo que sus sucesores se vieron forzados a torturar y asesinar por el simple hecho de que representan a una minoría usurpadora que sólo mediante el engaño y la violencia consigue mantenerse en el poder. Entiende que la matanza de aquella noche ejemplifica pero no agota la perversidad de ese régimen. El gobierno de Aramburu encarceló a millares de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país. El decreto que prohíbe nombrar a Perón o la operación clandestina que arrebata el cadáver de su esposa, lo mutila y lo saca del país, son expresiones de un odio injustificado. Hechos que quedaron marcados en uno de los tantos capítulos tristes de nuestra Historia.

Ø APÉNDICES 

“Operación” en cine; Prólogo para la edición en libro (de la primera edición, julio de 1957); Introducción (de la primera edición, marzo de 1957); Obligado apéndice (de la primera edición, marzo de 1957); Provisorio epílogo (de la primera edición, julio de 1957); Epilogo (de la segunda edición, 1964); Retrato de la oligarquía dominante (fin del epílogo de la tercera edición, 1969) y Carta abierta de un escritor a la Junta Militar.

  Los personajes más importantes.

Se observan numerosos personajes que aparecen a lo largo del libro y que para Walsh fueron determinantes para llegar a la verdad, sobre todo los fusilados que sobrevivieron a la masacre. La gran mayoría tenía algo importante que manifestar,  así fuera un mínimo detalle, desde aportar una prueba documental, algo que pudieron ver, vivieron o escucharon. En especial, aquellos que sobrevivieron o las familias y amigos de los que murieron. En este punto voy a hacer mención a los personajes más importantes según apunta el propio autor desde el punto de vista de su investigación (tanto en calidad de testigos y por sus declaraciones recolectadas durante la reconstrucción) que lo llevaron a establecer lo que verdaderamente pasó esa noche de la masacre. (De todos modos, en los puntos anteriores de este trabajo, en los distintos capítulos y secciones se mencionan a todos los personajes que fue presentando el autor a medida que uno va leyendo “Operación Masacre”).

Policía de la Provincia de Buenos Aires:
ü    Teniente coronel (R) Desiderio A. Fernández Suárez: Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires; alto, corpulento, moreno y de bigotes. Como pudimos observar en secciones anteriores, la confesión fue clave para tirar por tierra la versión oficial que se dio esa noche, además de las pruebas documentales que recolectó en el libro de programación de la Radio Nacional que da cuenta la hora en que se hace oficial la Ley Marcial. Determinante para Walsh y la posteridad, aunque en aquel momento la Justicia lo ignoró.

Los fusilados que viven:
ü    Juan Carlos Livraga: un hombre flaco, de estatura mediana, tiene rasgos regulares, ojos pardo-verdosos, cabello castaño, bigote a poco de cumplir 24 años. Trabaja de colectivero más tarde se dedicará a la construcción con su padre. Juan Carlos es el  resucitado,  “el fusilado que vive”. El famoso sobreviviente que escucha mencionar Walsh en el bar y por el cual comienza a indagar. Es el que se atreve a presentarse a la Justicia.
ü    Miguel Ángel Giunta: o Don Lito, es un hombre que no ha cumplido 30 años y vendedor en una zapatería. Es un hombre alto, atildado, rubio, de mirada clara. Expansivo, gráfico en los gestos y el lenguaje.
ü    Horacio di Chiano: es de pequeña estatura, moreno, de bigotes y anteojos. Tiene alrededor de 50 años, hace trabajos de electricista y vive con una familia no muy numerosa.
ü    Norberto Gavino: de unos 40 años, de estatura mediana pero atlética, suboficial de gendarmería en una época, más tarde vendedor de terrenos que ya venía conspirando desde bastante tiempo atrás. Estaba prófugo y se creía buscado por autoridades militares y policiales. Gavino se refugiaba en ese departamento de Torres.
ü    Julio Troxler: es un hombre alto, atlético de 29 años. Oficial retirado de la policía bonaerense y se vuelca a los estudios técnicos. Es peronista.
ü    Reinaldo Benavídez: tiene alrededor de 30 años, es de estatura mediana, rostro franco y agradable, dueño de un almacén en sociedad.
ü    Rogelio Díaz: un suboficial retirado de la Marina. Tiene una familia no muy numerosa. Lo único preciso en que coinciden quienes recuerdan haberlo visto, es en su aspecto físico, un hombre corpulento, santiagueño, muy moreno, de edad indefinible.

Testigos de esa noche:
ü    “Marcelo”: ex terrorista que se arriesgó a entregarle información a Walsh. Era quien tenía que cuidar de Carlitos Lizaso esa noche a pedido de su íntimo amigo don Pedro Lizaso. Es quien le pide a Gavino cuando pasó tres veces por el departamento, que cuide de Carlitos.
ü    Juan Carlos Torres: lleva vidas diferentes. Para el dueño de la casa es un simple inquilino cumplidor; para los vecinos, un muchacho tranquilo; para la policía un individuo peligroso y escurridizo. Alto, flaco, cabellos negros, nariz aguileña, ojos oscuros. Logra salvarse porque al ingresar la policía al departamento, salta el tapial y huye. Torres alquilaba el departamento y se lo había prestado a Gavino.
ü    Comisario Rodolfo Rodríguez Moreno: a cargo de la Unidad Regional San Martín quien recibe la orden del Jefe de Policía de que fusile a los civiles detenidos. Es un hombre imponente, duro, de accidentada y tempestuosa carrera. Lo compaña en ese momento el segundo jefe de la Unidad, comisario Cuello. Un hombre bajo, nervioso, sobre quien circulan también contradictorias versiones.

Los fusilados
En este punto destaca los testimonios de:
ü    La viuda de Vicente Damián Rodríguez: tenía 35 años, cargaba bolsas en el puerto y le gustaba jugar al fútbol. Casado y de vida difícil por la pobreza; pero era un hombre trabajador.
ü    Familiares de Mario Brión: tenía 33 años y vivía a pocos metros de la casa fatídica. Era un hombre de estatura mediana, rubio, con una calvicie incipiente, de bigotes y muy trabajador. Era oficinista, estudiaba inglés, perito mercantil y amante de la lectura.
ü    La viuda de Nicolás Carranza: era peronista y antes de su muerte era un prófugo, de silueta baja y maciza, de rostro firme y despejado.
ü    La viuda de Francisco Garibotti: era un hombre alto, musculoso, cara cuadrada y enérgica, de ojos un poco hostiles, bigote fino que rebasa ampliamente las comisuras de los labios. Tenía 38 años y de servicio en el Ferrocarril Belgrano.
ü    Los familiares de Carlos Lizaso: tenía 21 años, alto, delgado, pálido, de carácter retraído y casi tímido de una familia numerosa. Abandonó sus estudios secundarios para ayudar al padre en su oficina de martillero. Era un buen jugador de ajedrez.
En la última parte del PRÓLOGO del libro, puede observarse que el autor menciona a una serie de personas que fueron también importantes para su investigación que aportaron información y documentos que probaban y sostenían la veracidad de su historia. Todos en su conjunto, desde abogados defensores, jueces, oficiales, periodistas, locutores, informantes anónimos, etc.; completan una red de testimonios y pruebas que fueron valiosas para cerrar la investigación. Incluso podemos agregar a los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, mencionados en varias oportunidades esa noche, porque fueron los oficiales de ideología peronista que se sublevaron y terminaron fusilados, una sanción inusual en la historia reciente. Eran los encargados de dar el golpe para desestabilizar al gobierno de facto.
ü    Dr. Máximo von Kotsch: abogado platense  de 32 años, con activa militancia en el radicalismo intransigente que se dedicaba a la defensa de presos gremiales. Reconocido por casos de detenidos puestos en libertad merced a su intervención.  Logra la libertad de Giunta y Livraga.
ü    Dr.  Jorge Doglia: un hombre de 31 años, radical intransigente en esa época, jefe de la División Judicial de la policía denuncia a Fernández Suárez. Pero le fraguan un sumario y lo destituyen. Habla con  Eduardo Schaposnik, representante socialista ante la Junta Consultiva y los cargos reaparecen. Podemos mencionar al juez Belisario Hueyo, que hicieron muy buenos trabajos; hasta la intervención de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y del Procurador General de la Nación que pasan todo a la órbita militar.

               ¿Por qué se considera una obra del Periodismo de Investigación?

La obra de Walsh fue considerada pionera de lo que se denomina Nuevo Periodismo y que en definitiva es lo que llamamos Periodismo de Investigación.  Es el paso a paso de cómo se encara un trabajo de investigación periodística, en la que el propio autor inicia un trabajo que podíamos compararlo incluso con un sumario de instrucción típico para las causas judiciales. Incluso el proceso de redacción de la obra se inició como el relato de un caso judicial abierto por un sobreviviente, Livraga, y fue simultáneo al juicio. En este punto abrazando su “libertad” y con impactantes detalles, diálogos, testimonios y documentación, que por más insignificantes que parecieran para un lector común, Walsh reconstruye el acontecimiento noticioso, le da forma discursiva y lo transmite al público. No conforme con la versión oficial de la historia, al tomar conocimiento de un sobreviviente de la masacre, el autor inicia su investigación y nos da las pautas de este proceso: un estudio y realización de pruebas de modo sistemático de acuerdo a ciertos procedimientos y técnicas que permitieron alcanzar nuevos conocimientos y sacar a la luz, la verdad que tanto y por tantos medios y prácticas, se intentó ocultar de la gente. Cómo será el compromiso que asumió Walsh en la búsqueda de la verdad que hasta usó una identidad falsa para poder trabajar, indagar y pasar desapercibido, en un contexto histórico y político muy autoritario, de censura y represión, en el que cualquier amenaza para el gobierno de turno, implicaba sumar un nombre más a la lista de perseguidos o presos políticos. Es un manual a tener en cuenta. Su obra es el paso a paso para reconstruir aquella noche y dar con los responsables.  Un nuevo periodismo en el que nos sumergía Walsh, sin caer en el “circo” que hoy muchos medios utilizan para contar una historia o un hecho. El proceso de investigación de Walsh fue un instrumento de información, una herramienta para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.
La diferencia es clara, está en la precisión de los datos, sucesos y su documentación, por más terrible que suenen los hechos contados en primera persona por los sobrevivientes. En sus diálogos y descripciones de gran realismo al momento de reconstruir también aquellos hechos que buscó con tanto empeño y compromiso. Walsh hace la diferencia y en su estilo narrativo, termina por imponer un estilo que cambiará la mirada que muchos tenemos o teníamos sobre la manera de “hacer periodismo”. Sus habilidades narrativas que ahondan en la descripción tanto de los escenarios como de los personajes, incluyen miradas subjetivas y recurre a técnicas propias de la literatura. Un periodismo inquieto que sale a la calle a buscar la verdad, que asume mayor protagonismo pero de la forma más objetiva posible. Walsh presenta “su verdad” pero desde la reconstrucción apoyada en documentación y pruebas. Walsh probó su historia  en todas sus partes, fue un trabajo inapelable, a pesar de que la Justicia de esa época miró para otro lado. El periodista no juzga. El periodista contribuye a la justicia cuando publica. Walsh nos deja un legado en el que incluso reivindicó a aquellos hombres simples, comunes que no tuvieron la oportunidad de defenderse y a muchos les costó la vida, acusados de algo injusto, que nunca existió.
Algunos autores destacan en la obra de Walsh un texto facticio o de ficción tácita de carácter documental porque su cuota de ficción se encuentra reducida al mínimo, y tiene un alto grado de veracidad y de verificabilidad. Su trabajo evidencia un ejercicio de la observación minuciosamente descriptivo, de gran calidad informativa; incluso del tiempo y del espacio, para ubicar al lector en el preciso lugar de los hechos. Planificó al detalle su labor investigativa para no incurrir en errores u omisiones, con un blindaje perfecto que nos lleva a todos a nuevos conocimientos. Son las bases del Periodismo de Investigación que en Walsh marcaron sus deseos de corregir la realidad, de disentir de ella en un contexto de censura y represión para el periodismo, lo que hace más valioso su trabajo. Un Nuevo Periodismo, para el cual, las circunstancias del hecho son su contexto, sus razones, sus por qué, su temporalidad, su ubicación y sus protagonistas. Dirían después otros autores que desafía las restricciones a la libertad de prensa y se auto delega el derecho, que había sido vedado, a ejercer un periodismo libre. Donde los documentos instalan una certeza, el periodismo instala una pregunta, y para eso, Walsh hizo un minucioso trabajo en la búsqueda de testigos, del rastro, la huella, la señal, el vestigio de las cosas. Su trabajo demuestran que la verdad fue el eje que movió el trabajo de investigación, que nos permite identificarnos con la historia argentina con un lenguaje sencillo y claro, pero profundo. Nos enseñó que el Periodismo de Investigación hace íntegra la historia, la vuelve actual, la torna inapelable, incontrovertible. Su fortaleza está en la prueba de todo su contenido, que impide desecharla.
Walsh toma la iniciativa propia de investigar un hecho, que le llega, a través de carriles no habituales para la circulación de la información. No repitió lo que decían las versiones oficiales, fue en búsqueda de los hechos verificados y contrastados por la acción personal del autor, que sacó a luz aquello que se pretendió ocultar, a través de una investigación honesta puesta con respeto en manos de los lectores.

¿Por qué la consideramos emblemática?

A lo largo de este trabajo, en el que repasamos los hechos que reconstruye el autor, podemos tomar dimensión sobre lo que no sólo significo en su época, sino lo qué dejó para las siguientes generaciones; en especial las del periodismo y la literatura. Pero también para las instituciones del Estado Nacional y los movimientos políticos actuales. La obra de Walsh la consideramos emblemática por el valor testimonial, documental, histórico que nos presenta a lo largo de la narración de la historia. Esta obra no solo es una excelente novela literaria, sino un documento histórico que prueba y nos permite reflexionar  sobre  la brutalidad que tuvo el régimen militar de 1955 y que será un prólogo de la gran tragedia argentina, la represión que se repetirá en sucesivos golpes hasta terminar en la sangrienta dictadura del 1976. Todas las certezas que se pudieron determinar sobre lo que ocurrió aquella noche provienen de la investigación que realizó Walsh. Un antes y un después para el periodismo en Argentina y Latino América. En Operación Masacre, Walsh interviene para esclarecer una serie de crímenes cometidos por un gobierno militar; es decir, busca la verdad, en un contexto en el que la mentira y la muerte se traducen en censura y represión. Desafía las restricciones a la libertad de prensa y se auto delega el derecho, que había sido vedado, a ejercer un periodismo libre. Después de leer a Walsh, nos queda pensar en la defensa del sistema democrático, en sus instituciones, el respeto a la libertad de expresión, a las leyes, a la pluralidad de ideas y el respeto a la libertad.


Juan Carlos Livraga, el "fusilado que vive".

Relato de un fusilado





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